El caso más importante de su vida

5ª Parte

 

            Al fin salió con cara de malhumorado y se encaminó derecho a la parada de taxi.

            - Chico, espera - le llamó, cometiendo el pecado mortal de tirar el cigarro a medio gastar.

            El aludido no hizo caso, siguió caminando hasta el taxi.

            Antonio tuvo que correr para que no se le escapase la última pista de un testigo. Cuando alcanzó la puerta del taxi Antonio le alcanzó el hombro justo antes de que se metiera.

            - ¡Disculpa! - le gritó.

            - ¿Qué demonios quiere? No tengo dinero, déjeme en paz.

            - No quiero tu dinero - protestó él -. Conozco a Verónica, puedo ayudarte a verla.

            - ¿Ah sí? - replicó el chico, incrédulo.

            - Así es, su nombre es Emilia Verónica.

            - Vaya, eso no lo sabía.

            - ¿Va a entrar o no? - se quejó el taxista.

            - No.

            - Pues lárgate de ahí o el próximo cliente se irá con el coche de atrás.

            El muchacho se alejó de la puerta y escuchó al detective con atención.

            - Su familia vendrá en unos días de Argentina. Desapareció hace quince años.

            - No lo sabía - repitió él.

            - ¿De qué la conoces? ¿Por qué quieres verla?

            - Me lo pidió una amiga - replicó él.

            - ¿Qué amiga?... quiero decir, ¿tuya o suya?

            - Una amiga mía - replicó él, avergonzado.

            - Ah, entiendo, una intención de novia - conjeturó Antonio, con una media sonrisa. ¿Por qué quería que la vieras?

            El muchacho se puso colorado.

            - Cosas personales.

            - ¿Cómo te llamas, chico? - preguntó el detective con tono coloquial.

            - Juan - replicó.

            - Antonio Jurado, detective privado.

            - ¿Es un poli? - preguntó Juan, nervioso.

            - Bueno, ¿qué tal si compartimos secretos?

            El muchacho frunció el ceño cuando su aliento impactó en su rostro. Genial, pensó Antonio, otro idiota que detestaba el olor a tabaco.

            - Empiece usted - dijo Juan.

            - Verás, no soy detective - confesó Antonio -. Ni siquiera me interesa meter en la cárcel a nadie. Más bien soy investigador que ayuda a personas a las que nadie más puede ayudar, ¿entiendes?

            - ¿Por ejemplo? - preguntó el muchacho, aún desconfiado.

            - A una familia que cree que su hija murió en el cuarto de baño por suicidio y se niegan a creer la versión "oficial".

            Juan se quedó blanco.

            - Está investigando al fantasma del espejo - dedujo el chico -. ¿Es periodista o algo así?

            - Te repito que simplemente resuelvo casos extraños. No me interesa lo que la gente crea o deje de creer.

            - ¿No le contará a nadie lo que le diga?

            - Puedes estar seguro.

            - Yo la he visto - aseguró, con miedo -. He visto a Verónica.

            - ¿En serio? - preguntó Antonio -. ¿Te refieres al... fantasma?

            - Eso, claro - replicó el chico, con gesto de enojo.

            - Suponiendo que es cierto, que no lo niego... ¿Por qué estas aquí? ¿Por qué querrías ver a esa chica del hospital?

            - Mi amiga Sara,... bueno es una larga historia.

            - Tenemos tiempo, ¿Te invito a una coca cola? - preguntó el investigador.

            - Claro.

            Se dirigieron a la cafetería del hospital y allí eligieron una mesa separada del resto de la gente. No fue difícil dado que estaba casi vacía.

            - Cuéntame - le pidió Antonio, cuando tenía cada uno lo que había pedido. Él una cerveza y el chico una coca cola sin cafeína.

            - Es una historia muy larga - comentó el chico, negando con la cabeza -. Hace unos dos años o así en el instituto Sara, Olivia y Susana, unas amigas un poco frikis, me hicieron una apuesta. Yo no creía en fantasmas ni nada parecido y me dijeron que invocara a Verónica frente al espejo por tres veces y si no veía nada raro me pagarían ellas y si lo veía les pagaría yo. Acepté, pensé que no podía perder, me reía en las pelis de fantasmas porque no me creía nada.

            - ¿Quién ganó la apuesta?

            - Ellas - Juan parecía aliviado de que le ahorrara contar más detalles.

            - ¿Qué viste? - preguntó Antonio.

            - Bueno, me dio un ataque cardíaco cuando me pagaron y en el tiempo que estuve inconsciente la vi... Me llevó al infierno.

            Antonio no supo si preguntar algo más o dejarle que se explicara.

            - Y cuando desperté me la traje conmigo... Ella no es tan mala como cuentan las leyendas - continuó -. Era la novia del diablo, era... su esclava, hacía lo que le mandaban o de lo contrario sufriría terribles torturas en el infierno.

            - Entiendo eso, pero cuando un terrorista mata cien personas en un autobús porque amenazan con que si no lo hace matarán a su familia... no lo veo tan inocente - replicó Antonio.

            - Ella me trató bien - replicó Juan, avergonzado -. Supe cuánto sufría y le cogí cariño.

            - El síndrome de Estocolmo - comentó Antonio -. Los secuestrados se sienten atraídos por los captores si estos son amables.

            - Le digo que ella no tenía la culpa - replicó Juan -. Bueno, en el sueño que yo tuve claro. No sé si la real será así o hablamos de distintas personas.

            - Está bien, y...

            - Estoy cansado de tantas preguntas - se enojó el muchacho -. ¿Usted puede llevarme con ella?

            - ¿Sabes que está en coma?

            - Eso me han dicho.

            - ¿Por qué tanto interés en verla?

            - Tengo que saber si es ella - reconoció.

            - ¿Por qué? - insistió Antonio -. ¿Qué harás si lo es?

            - No lo sé. Solo quiero saberlo.

            - Antes mencionaste a tu amiga Sara. Dijiste que te envió ella.

            - No es del todo cierto.  Ella me culpa por haber invocado a Verónica, no tiene ni idea de que me la traje conmigo cuando estaba a punto de morir. Si es ella, estará claro que no pudo tener nada que ver con la muerte de su padre.

            - Espera, espera - Antonio abrió los ojos, expectante -. ¿Es la hija del doctor?

            - Eso es.

            - Y si yo te dijera que independientemente que sea ella la que está en coma, tengo un testigo que asegura haber visto a tu "amiga" del mas allá asesinando al doctor...

            - Diría que mientes - retó Juan, enojado.

            - ¿Por qué... Por qué... Por qué demonios te iba a mentir, chaval? - replicó Antonio, irritado.

            - Ella ha dejado de ser su esclava. Ya no hace esas cosas.

            - Eso díselo a tu amiga... y te puedo asegurar que su padre no murió de infarto.

            - Entiendo que usted busque a un fantasma asesino... pero, Verónica no es la única fantasma que se aparece en los espejos. También existe una tal Bloody Mary. Hay muchas leyendas. Le aseguro que la Verónica que yo conozco ya no mata.

            Antonio sonrió pensativo. No le interesaba discutir con el chico, solo necesitaba de él una cosa y era que reconociera a la paciente. Lo demás sería  cosa suya.

            - Está bien, eres muy inocente y me conmueve que pienses eso de... ella, voy a llamar a una enfermera que puede darnos un pase especial a la unidad de cuidados intensivos.

            - Genial, quiero irme a casa.

            El detective marcó el número de su poco apreciada enfermera y esperó a que lo cogiese. Después de interminables tonos, la operadora hizo saltar el contestador automático.

            - Maldita sea - renegó Antonio.

            Volvió a llamarla y los tonos empezaron a alargarse, uno tras otro hasta que estuvo a punto de desistir. Sin embargo ella contestó justo antes de cortar.

            - ¿Qué quiere? - le preguntó, enojada -. Tengo trabajo, ¿sabe? No puedo estar pendiente de usted todo el día.

            - Necesito que me lleve a la habitación donde está la chica en coma - replicó Antonio -. Tengo un chico aquí que podría conocerla y necesito que la vea.

            - ¿Sigue empecinado con esa chica? - se burló la enfermera -. Por favor, no me maree, si piensa ayudar a mi marido empiece a preguntar a los vivos y no a los casi muertos.

            - Es fundamental, le prometo que no la molestaré más.

            - Está bien, le espero en la entrada número siete.

            - Muchas gracias - le dijo, sinceramente agradecido.

            - ¿Podemos entrar? No parece que su contacto quiera cooperar mucho con usted - comentó Juan.

            - Ella me pidió que investigara y encima de no pensar pagarme, es una puerca a la que hay que suplicar ayuda casi de rodillas - renegó Antonio, con cara de fastidio.

            Se dirigieron a la puerta número siete y tuvieron que esperar unos minutos hasta que apareció la enfermera. En ese tiempo no se dijeron nada el chico y el detective. Aunque ambos buscaban una respuesta a sus dudas, estaba claro que no coincidían en cuanto a la apreciación de la persona que investigaban.

            Cuando la enfermera apareció les hizo pasar con gesto de desagrado. Ni siquiera saludó, lo que a Juan le pareció una completa falta de educación.

            Les condujo por unos pasillos desiertos y terminaron llegando a la única habitación de la UCI que tenía luz. No había más que una enfermera por allí y si había algún médico estaría en su despacho.

            - Aquí es - dijo, señalando la puerta.

            Juan quiso adelantarse. Antonio no tenía prisa por verla, ya la había visto antes y le había hecho fotos. Bien pensado, podía habérselas enseñado al chico, pero pensó que sería mejor verle la cara cuando la viera.

            El joven abrió la puerta y entró en la habitación.

            Verónica reposaba en la misma postura que Antonio la había visto. Juan la miró como si estuviera viendo una especie de tesoro de incalculable valor. Se le llenaron los ojos de lágrimas y se acercó a ella. La tomó de la mano y susurró algo cerca de su oído que Antonio no pudo escuchar. Era obvio que la reconocía a pesar de su corte de pelo.

            - Déjele solo - dijo la enfermera, al ver que Antonio miraba con sumo interés -. Puede que quiera hablarle sin testigos.

            - Ehmm... está bien.

            Salió de la habitación y cerró la puerta. Estaba perdiéndose una conversación crucial para su investigación y como esa enfermera estaba allí no podía acercar la oreja la puerta. Renegó por dentro y con su mano derecha jugueteó con la caja de cigarrillos, mientras su contacto multiplicaba sus ganas de fumarse uno. Siempre que se acercaba a esa bruja le entraba ansiedad y necesitaba fumar. Aunque en esa ocasión era por la imposibilidad de no poder escuchar lo que Juan le estaba susurrando a Verónica.

            Para soportar la impaciencia, se dijo que su visita podía ser crucial para que despertara. Quizás él era el único que podía traerla de vuelta y una vez consciente podría contar su versión de los hechos.

            Juan tardó casi una hora en salir. Antonio se había sentado y ya le dolía el trasero de tanto esperar. La enfermera también estuvo allí todo el rato y parecía mucho más impaciente que él.

            Cuando salió, le hizo la pregunta obvia.

            - ¿Es ella?

            - Sí, creo - dijo él, dudando.

            - ¿Qué le has dicho?

            - Nada, solo estuve a su lado.

            - Te he escuchado susurrarle - renegó Antonio.

            - Deje tranquilo al muchacho - le regañó la enfermera -. No tiene por qué contarle lo que le ha dicho.

            Juan asintió, claramente agradecido por la actitud de la enfermera.

            - De acuerdo, pues ya está todo dicho. Por cierto, ¿le he dicho que su familia está de camino? Dentro de unos días volveré con ellos. Querrán verla.

            - Estupendo, no saben a quién mandarle las facturas en el hospital, eso es una buena noticia - aceptó ella, sonriente.

            - Disculpe - interrumpió Juan -. ¿Puedo volver a verla si despierta?

            - Por supuesto, puedes venir cuando quieras - dijo la enfermera, sonriente -. Si despierta no estará en la unidad de cuidados intensivos y todos los pacientes pueden recibir visitas. Incluso vienen de una iglesia del barrio unos jóvenes muy simpáticos que les hacen compañía y les hacen sentirse queridos.

           

            Una vez fuera del hospital Antonio le facilitó al chico su teléfono móvil y Juan le dio el suyo. Después, con una tensa despedida Antonio decidió no volver a preguntarle lo que le había hablado a Verónica y, con las dudas de si sacar el tema o no, vio cómo el chico se marchaba en su taxi.

            A pesar de todo, la tarde había sido productiva, Antonio tenía la confirmación oficial de que ella era Verónica, el fantasma del espejo aunque el que la reconoció le había dicho que desde hacía dos años ella no mataba. ¿Se habría buscado el diablo otra novia? No podía hacer nada al respecto mientras no tuviera la seguridad de que ella seguía matando y por tanto mientras no estuviera seguro de que fue la que mató al doctor.

 

 

Continúa