Karma de sangre

3ª parte

            Habían cogido un taxi y el chico se soltó mientras iban a su casa. Fue como si le hubieran dado cuerda, comenzó a hablar de cómo llegó a España, de su familia en China que era muy pobre, de su hermana que había estado enferma, de su trabajo en una nave de importación que vendía artículos al mayoristas...

            Cuando el chico pagó la cuenta del taxi, Samantha notó un extraño detalle. Normalmente los generosos solían ganarse un punto de caballerosidad diciendo que ellos pagaban la cuenta, poniendo su mano sobre su muslo, aprovechando la ocasión y la excusa. Chung Hua pagó y ni siquiera esperaba que ella hiciera el amago de pagar. Ni tan siquiera la miró cuando le abrió la puerta del taxi, esperando una sonrisa o una mirada de gratitud. ¿Acaso era totalmente generoso hasta el punto que no esperaba ni el menor gesto de agradecimiento por su parte? No, había algo que no le gustaba. El chico no se sentía mejor por ser condescendiente, era como si lo hiciera siempre, hasta cuando no llevaba acompañantes. Incluso dudó si había estado hablando con ella en el taxi o con el taxista. En ningún momento la miró a los ojos.

            - Aquí es, gracias por pagar el taxi -dijo, sonriendo.

            - Oh, no es nada -respondió el chico como si realmente no fuera nada.

            Le invitó a subir, ese chico le estaba poniendo los pelos de punta. Seguro que tenía un gran secreto y le fastidiaba que la curiosidad fuera mayor que sus ganas de beberle su sangre.

            Una vez arriba invitó a Chang a sentarse en el sofá de los años ochenta. Era el de la mujer mayor que había muerto sin su ayuda y, dicho sea de paso, sin ayuda de nadie ya que murió sola sin que ningún ser humano del mundo la echara de menos. El país estaba lleno de ancianos prisioneros de su propia debilidad, en pisos sin ascensor donde cada vez que salían a buscar comida se enfrentaban a un reto cada día más duro en el que poco a poco todos iban sucumbiendo.

Esa ancianita murió el día que ella se coló por su ventana. Detectó un temprano olor a muerte y supo que tenía el piso para ella sola durante al menos una semana, lo que tardaran en aparecer sus familiares. Al entrar en la casa la vio tumbada en el sillón que ahora ocupaba Cheng, con la televisión puesta. Buscó una bolsa grande para meter su cadáver y no vio que tuviera una sola foto de familiares por ninguna parte. Guardó su cuerpo en la cama de la habitación de invitados y cerró la puerta. Sería su mausoleo mientras nadie descubriera que vivía allí.

            - ¿Vive sola? -Preguntó el chico con nerviosismo.

            - Sí, por qué.

            - Casa no palece plopia de una mujel como tú.

            - Herencia de mi abuela.

            - Qué suelte.

            Después de lo que le contó en el taxi, le sorprendió que no le contara cosas de su familia. ¿Otra vez tan tímido? ¿No sería que realmente estuvo hablando con el taxista?

            - Pobrecita, murió sola y nadie supo que había muerto hasta una semana después.

            - Los ancianos no mucha compañía en este país.

            Chang no parecía afectado por su historia que, aunque fuera mentira, era lo que quería que escuchara la vecina de enfrente que se pasaba el día mirando por la mirilla. Otra mujer que no salía de casa más de lo imprescindible y que tarde o temprano dejaría de atreverse a salir de compras y moriría de hambre en su casa.

            Sam se sentó al lado del chico y comenzó a besarlo en el cuello. El chico se alejó asustado y perplejo.

            - No me gustan mujeles lanzadas -aseguró-. Plefielo lleval iniciativa.

            El cuerpo de la vampiresa tembló de desesperación y le mordió antes de que pudiera defenderse. Estaba harta de esperar, el hambre estaba siendo una tortura. Pero la curiosidad fue más fuerte y cuando notó que su dolor se hacía más llevadero, dejó de beber. Le tapó la boca con la mano -ya que intentaba chillar. Cuando le liberó, le arrastró hasta la habitación grande. Le amordazó y le ató a los pies de la cama. El chico seguía gritando como un loco aunque la mordaza impedía que alertara a todo el vecindario.

            - Déjate de tonterías -susurró, sentada a su lado-. O me dices qué has hecho o te mato.

            El muchacho se quedó blanco y dejó de chillar.

            - Sabes lo que soy, no tengo piedad. No te preocupes, no se lo contaré a nadie.

            Le acercó un libro y un bolígrafo y le soltó la mano derecha.

            - Escribe tus confesiones -pidió, con amabilidad.

            Él agarró el bolígrafo y escribió algo.

            "Suéltame puta".

            Samantha notó que le ardía la sangre y le cogió por el cuello con fuerza mientras le lamía la mejilla. Chung cerró los ojos mientras temblaba de pies a cabeza.

            Se alejó de él y dejó que siguiera escribiendo.

           No haga daño”.

            - ¿Puedo quitarte la mordaza? -preguntó ella, más amable al ver que estaba colaborando.

            Chung asintió con la cabeza aunque seguía asustado.

            - Como grites te arrancaré la lengua -amenazó.

            Él negó con la cabeza.

            Le quitó la mordaza y le miró fijamente por si decidía no mantener el silencio. Al menor grito no le arrancaría la lengua, le bebería la sangre hasta dejarle seco y sabía muy bien que su mirada podía llegar a ser más expresiva que sus palabras. Sus ojos se volvían rojos cuando pensaba en la sangre y sus colmillos se alargaban.

            - ¿Qué quiele sabel? -Preguntó, nervioso.

            - Para empezar, ¿Qué te hace sentir tan culpable? ¿Qué has hecho?

            - Tengo una hija... No debe matalme.

            Eso no sonaba a petición sino a súplica.

            - Cuéntame más cosas, vamos hombre, si eres un charlatán. Cuéntamelo todo.

            - No hay más que contal. Mi hija está sola en casa. Si yo muelo,...

            - Un momento, dijiste que vivías en una litera -corrigió Sam.

            - Mentí, vivo solo con mi hija.

            - Por eso no me querías llevar a tu casa... ¿Y cuántos años tiene? ¿Cómo puede estar sola en casa? -inquirió.

            - Puede cuidalse sola.

            Sam negó con la cabeza, eso no era lo que esperaba escuchar. Una hija en casa que sabía cuidarse sola no era algo que ella considerase un secreto del que sentirse avergonzado y él lo tenía. No le había contado nada.

            - ¿Donde vives? -Preguntó.

            - Suélteme, no dilé nada. Secleto morirá conmigo.

            - Si hay un secreto por el que tienes que preocuparte es que nunca saldrás con vida de esta casa.

            - Nunca sabrás dónde...

            Sam rebuscó en los bolsillos de su chaqueta y encontró una cartera de cuero. Chung se quedó aún más pálido de lo que estaba y la miró con terror. Sacó sus papeles, tenía el documento de identificación NIE doblado en un compartimiento de la cartera. En éste figuraba una dirección.

            - Mira por donde, la zona de embajadores. Me encanta, es un lugar viejo y oscuro, he vivido varias veces por allí, edificios que hace años eran de clase alta y hoy día están casi vacíos porque nadie los compra y sus dueños han pasado a mejor vida.

            - No hacel daño a mi hija -suplicó él.

            - Estoy harta de ti -replicó, asqueada.

            Se reclinó sobre su cuello y chupó hasta que su arteria se quedó seca. El chico sufrió unos espasmos y se quedó quieto justo cuando ella apartó la boca. Samantha se relamió con gusto pensando que su sangre no sabía diferente a la de los caucásicos y que la culpabilidad era un ingrediente desagradable que daba sabor amargo a su manjar. No se sentía culpable, como siempre, pero sí tenía la duda de si ese hombre escondía algún secreto inconfesable en su casa.

            Eran las tres de la madrugada, podía ir ahora. Tenía las llaves y tenía la dirección.

           

           

           

            Aprovechó que no había nadie por la calle para llevar el cuerpo del muchacho a un cubo de basura. Algún día tendría que hacer lo mismo con la anciana, aunque aún no había decidido si hacer eso o simplemente dejarla así. Nunca se sabía si necesitaría ese piso de nuevo y mientras estuviera en la bolsa nadie olería el cadáver.

            Cuando estaba sola no necesitaba taxis. Apareció en el portal indicado en apenas un minuto. Era vampiresa y también una especie de fantasma. La sangre era como el combustible que daba poderes a su cuerpo, poderes como convertirse en humo y aparecer donde quisiera casi en el mismo momento. Ese tipo de cosas era imposible hacerlas mientras fuera de día, por eso le encantaba tener cosas que hacer de noche, después de comer.

            El olor en aquel lugar resultaba embriagador. Se mezclaba con sutileza la vejez vetusta de los edificios, la contaminación ácida de la atmósfera madrileña en pleno caos circulatorio, el olor de los armarios atiborrados con naftalina, la fragancia de las floristerías de las calles, el grueso olor a cuero de las tiendas de zapatos y bolsos, a estas horas cerrados... Le gustaba esa zona porque de día era un hervidero de vida y de noche no se veía un alma por la calle. Solo algún que otro coche conduciendo a altas velocidades.

            Escogió la llave y abrió la puerta para entrar en el oscuro corredor del portal. La casa tenía un ascensor antiguo sobre el que giraban unas viejas escaleras con peldaños de madera cubiertas por una vieja moqueta. Subió hasta el segundo piso con los ojos cerrados, oliendo cualquier cosa que resultara fuera de lugar. En el primer piso vivía una familia con varios niños, uno de ellos aún tomaba biberón. Por suerte no era el que estaba debajo del piso al que iba. En éste había un matrimonio de jubilados. En la puerta de enfrente a la casa de Chung no vivía nadie. O, al menos, solamente olía a polvo viejo.

            Abrió la puerta y lo primero que llegó a su nariz fue un hedor a látex que la asqueó. La casa no tenía adornos ni muebles, era como una prisión. El suelo de tarima flotante estaba totalmente descuidado, arañado y sin barrer, las paredes, que debían haber sido blancas cuando se pintaron, eran grises y tenían las feas marcas de los cuadros que sus antiguos propietarios se habían llevado. El olor del látex la llevaba directamente a una habitación grande donde había una cama sin hacer. Sin embargo, la cama no estaba vacía. Había una mujer dentro...

            - ¿Hola? -la saludó, sumamente sorprendida ya que no olía a humano por allí, solo apestaba a plástico desembalado.

            Caminó hasta el otro lado de la cama y vio el rostro de inmóvil de una mujer de plástico con peluca castaña. Su expresión era como una mueca de placer congelada en el tiempo y el color de su piel era azulado, como un cadáver.

            - Vaya, vaya, parece que solo era un pervertido.

            Entonces captó un olor fuera de lugar. Venía de otra habitación y era el inconfundible aroma del terror irracional. Había alguien encerrado en aquella habitación y al escucharla hablar, quien quiera que fuera, había empezado a sentir pánico.

            Se acercó lentamente y examinó la puerta. Estaba cerrada con llave... La tercera llave del llavero de Chung. La metió dentro de la cerradura y la giró con delicadeza. El olor empezaba a ser intenso, tenía que tener cuidado, quien quiera que fuera que estuviera ahí encerrado, podía resultar peligroso.

 

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Comentarios: 4
  • #1

    yenny (lunes, 21 noviembre 2011 16:42)

    Siempre se quedan en la parte mas emocionante.
    Un pequeño error en la parte:"incluso dudó si habia estado hablando con ella taxi" debe ser con ella en el taxi.
    Va muy bien la historia, cuidate Tony.

  • #2

    Antonio J. Fernández Del Campo (lunes, 21 noviembre 2011 16:52)

    Pues sí, ya está corregido. Gracias Yenny, a ver si puedo darle más velocidad a la historia. Espero tener tiempo.

  • #3

    yenny (martes, 22 noviembre 2011 18:22)

    Con calma Tony he esperado tanto tiempo por esta historia, no cuesta tanto esperar las continuaciones =)

  • #4

    Vanessa (jueves, 24 noviembre 2011 00:12)

    Ya me estoy emocionando.
    Siguela Tony la historia va bien, Cuidate.