Karma de sangre

13ª parte

            —¿Qué quiere? —preguntó, fastidiado y asustado.

            El que estaba al otro lado del teléfono chasqueó la lengua, como disgustado.

            —¿Qué está haciendo tan lejos de la ciudad? ¿Pretende escapar? Si es eso, no debería ni intentarlo, siempre voy a saber dónde encontrarle.

            —No pretendía escapar —escupió —. Nuestro trato esta claro, usted deja tranquila a mi mujer y yo haré lo que me pida cuando lo requiera. Mientras no tenga nada para mí, déjeme en paz.

            —Esa no es forma de hablar a su jefe —corrigió Alastor ofendido—. ¿Cómo se llamaba su mujer?

            —No le importa.

           Oh, sí me importa, estoy muy interesado en conocerla.

            —Maldita sea, manténgase alejado de ella.

            —Haré lo que me venga en gana. No me diga lo que puedo o no puedo hacer eso sólo puedo hacerlo yo con usted.

            —Si habla una sola vez con Brigitte, le juro que nunca volveré a colaborar.

           Brigitte, qué bonito nombre, es francés —Alastor rió al otro lado del auricular—. ¿Lo ve? No era tan difícil. Le llamaba para comunicarle que sé dónde está y que si pretenden escapar, no lo están haciendo muy bien, solo quería que supiera eso. Vuelvan a casa, siga esperando a que le reclame... Y espero que algún día podamos vernos y así pueda conocer a su encantadora esposa.

            —No está en el trato —se obstinó Antonio, apretando los dientes y pensando que eso jamás sucedería.

           Oh, pero qué desagradable, creía que éramos amigos. Escuche, hay temas de los que no puedo hablar con nadie más que con usted. Sería una pena que nuestra amistad se estropeara.

            —No hay amistad entre nosotros —cortó, tajante Antonio.

            —En ese caso tendré que buscarme una "amiga" para contar ciertos detalles de la vida sentimental de mi hija. ¿No lo entiende? Nos necesitamos mutuamente y es mejor para los dos que nos llevemos lo mejor posible.

            —Por favor, haré lo que me pida, pero deje tranquila a mi mujer.

            —En ese caso le dejo, que pase un buen día con sus amigos de cuatro patas. No se encariñe demasiado con ninguno.

            Antonio cerró los ojos mientras suspiraba. Colgó sin despedirse y, con las manos temblorosas, guardó el teléfono en el bolsillo. Si ese miserable se acercaba a Brigitte podría contarle su aventura con su hija y destrozaría su matrimonio. Lo habían planeado muy bien para tenerle cogido por el cuello, como una especie de mascota. Pero entendió que le había dicho eso porque pensaba que estaban huyendo por lo que no sabía tantas cosas después de todo. Debía tener alguna alarma cuando su teléfono móvil se alejaba de Madrid y por los ladridos era fácil saber que estaban en una perrera o algo parecido. 

            —Vamos, ¿piensas quedarte en el coche todo el día? —Le asustó Brigitte, golpeando el cristal.

            Sonrió y salió del coche, nervioso y sin decir nada de aquella llamada. No tenía sentido contarle...

            —¿Quién era? —Inquirió ella, como si supiera lo que estaba pensando.

            Antonio sonrió y no supo qué responder.

            —No es nada cariño.

            Brigitte se lo quedó mirando preocupada.

            —¿Algún problema?

            —En realidad sí, pero no hay por qué preocuparse...

            —¿Qué pasa? Cuéntamelo. Me estás preocupando.

            —Luego... —Evadió Antonio, viendo que se acercaba la encargada de la protectora.

            Brigitte asintió y se volvió hacia la mujer. Antonio suspiró aliviado por el tiempo que había ganado para pensar qué partes podía contarle y cuáles no. Ella era muy lista, sabría que le ocultaba algo si le contaba que Alastor podía recurrir a él y no le explicaba por qué. Y seguramente no entendería cómo era posible que siguiera en contacto con su secuestrador y por qué le temía tanto. Debía contarle una mentira, pero si se enteraba que la había mentido sería mucho peor que si se sinceraba.

            —¿Cómo está? —Preguntó cordial Brigitte.

            —¿Cómo estáis? —Respondió la mujer—. Soy Mercedes, y como veis esto está hecho un desastre. Tenemos pendiente asfaltar el camino pero vale un dineral y el ayuntamiento no va a poner un céntimo ya que es solo para mí.

            —Espero que tenga un todo terreno, sino su coche no durará mucho —opinó Antonio.

            —Pues no y eso que hago cien mil kilómetros al año. Si alguien quiere adoptar un perro en Francia, me toca a mí llevárselo. Encima trabajo en Madrid y eso supone casi doscientos kilómetros diarios. Por eso no me duran mucho.

            —Vaya paliza —silbó Antonio, asombrado.

            —Si alguien me dice que llegaría a tener que hacer esto cuando empecé con la protectora, puede que no lo hubiera empezado. Pero cuando una quiere tanto a estas cositas, la verdad es que ningún esfuerzo es demasiado. Y más viendo cómo los tratan en este país.

            —¿Podemos verlos? —Preguntó Brigitte, emocionada.

            —Claro, pasar.

            La encargada les invitó a entrar en la primera sección vallada. Al otro lado había una docena de pequeños perrillos que les ladraban con insistencia. Antonio se sintió intimidado pero al ver que Brigitte pasaba y todos ellos se le subían a las piernas emocionados, peleándose por una caricia, se metió sin miedo y vio con asombro que los animales se alegraban de verle y olerle como si fueran de su manada. Unos se le subían al pantalón, otros le olían los zapatos, otros ladraban a sus compañeros para que les dejaran acercarse. Cada uno tenía su propia forma de decirle que se alegraba de verle aunque no le conocieran de nada. Había un Pit Bull de cabeza enorme, cuerpo musculoso y blanco con manchas negras. Tenía tanta energía que empujaba a todos los demás por subirse sobre sus piernas. Entre todos esos perros había una perrita de unos ocho kilos, negra y parecía intentar acercarse pero los otros la asustaban tanto que la pobre no se atrevía a acercarse demasiado.

            Antonio sintió lástima por ella y la cogió por el arnés, cargándola en brazos. Era tan suave y estaba tan calentita que le dieron ganas de estrujarla entre sus brazos. Esta colocó las patas negras sobre su brazo y miró a todos los demás con una soberbia graciosísima.

            —Es increíble —dijo la dueña, al verla.

            —¿El qué? —Antonio se sorprendió cuando la vio mirarle.

            —Ese demonio de tasmania no se arrima ni a mi hijo. No puedo creer que te haya dejado cogerla.

            —Pobrecilla, estaba por aquí evitando que otros la aplastaran. La cogí porque me dio pena.

            La mujer soltó una carcajada.

            —Esta bruja...

            Brigitte se acercó a Antonio y miró a la perra negra con una mueca de desprecio. Estaba claro que de todos los perros que había allí, esa perrita era la que menos le gustaba.

            —¿Cómo se llama? —Preguntó Antonio.

            —Bruja, se llama bruja —casi le ignoró la mujer—. Mirar, allí tenemos los otros perros, los tenemos que separar en varias secciones porque aquí son como las bandas. Unos se llevan bien con unos y otros con otros, pero si intentas juntar dos de diferentes grupos se detestan y no veas la que lían. Tenemos dos secciones más, allí están las jaulas con los otros y allí están los que peor lo han pasado.

            Antonio se quedó mirando a la perrilla que tenía entre los brazos y pensó que "Bruja" no era un nombre muy bonito. Brigitte también se la quedó mirando pero su cara era totalmente distinta. Parecía decirle con la mirada "quítate esa idea de la cabeza".

            —Parece un murciélago —opinó ella.

            —Pero qué dices, si es tan cariñosa... —Antonio no entendía nada. No le parecía una bruja, ni fea.

            Terminaron la visita y los perros fueron dispersándose hasta que Antonio pudo dejar a la perrita negra en libertad. Aún así, ésta no se separó de ellos ni un instante.

            —¿No te resulta familiar? —Preguntó a Brigitte, pensativo.

            —¿Quién?

            —La perrita esa. Juraría que la he visto antes. Oiga, ¿en serio se llama Bruja?

            —No, hombre no —la dueña soltó una carcajada—. Se llama Thai.

            Antonio recordó de repente por qué le sonaba tanto. Era idéntica a la perrita de Isabel, aquella chica que le llamó desde Londres porque unas sombras querían matarla. De repente recordó toda aquella historia y examinó con curiosidad a Thai, que no se separó de ellos.

            —No puede ser, conocimos una igualita en Londres, ¿recuerdas amor? Se llamaba Thai, igual que esta.

            —¿Londres? —Preguntó la dueña—. Ya sería casualidad, me la trajeron unos señores mayores. No sé si la trajeron de allí, pero tenían acento inglés. La mujer estaba muy enferma y por lo visto no podían cuidar más de la pequeñaja.

            —Vaya, pobrecillos —se lamentó Antonio.

            —Ha estado en casa de acogida tres meses pero la devolvieron porque se meaba en las camas. Luego se la llevaron como regalo a una mujer mayor y a la semana la devolvió porque no quería salir a la calle y se meaba en cualquier parte de la casa. Por lo visto tenía cistitis pero la última vez que le hicimos la prueba dio negativo.

            Antonio suspiró, apenado. Se regañó a sí mismo por haber despotricado todo el camino diciendo que no quería perros, pero pensó que se llevaría tan contento a Thai. Lo malo era que Brigitte aún seguía enojada con él por el viaje que le había dado y si le decía ahora eso, posiblemente se enfadaría mucho.

            Terminaron de ver todos los perros y entonces vieron a Hera, la perra blanca de manchas marrones que vieron en la ficha. Brigitte jugó con ella y ésta, juguetona, se tumbó en el suelo con la barriga hacia arriba. Antonio se acercó y la perra se dejó acariciar como si supiera que podían llevársela con ellos.

            —Es preciosa —alegó él, triste.

            —Sí, verdad.

            —Ya está reservada —indicó Mercedes—. Es un amor de perra, se lleva bien con perros, personas, gatos...

            —Vaya, gatos y todo —se asombró Antonio.

            Después de jugar un rato con ella, Antonio miró el reloj, preocupado por lo que le había dicho Alastor. Temía que si no regresaban pronto volvería a tener otra llamada incómoda.

            —¿Nos vamos?

            —¿No te olvidas de algo?

            Antonio mió a su alrededor, estaban en uno de los recintos vallados y tenían cuatro perros alrededor. En la puerta de esa zona había una perrita negra... Thai, que los miraba con tristeza. Puede que hasta celosa por verles jugar con Hera. Fue cuando se dio cuenta de que realmente era muy fea. Con las orejas levantadas parecía un murciélago, pero tenía los ojos tristes como si estuviera contando los minutos que tardaban en salir. Sin duda era la perra más expresiva que había visto nunca.

            Salieron del recinto donde estaba Hera y Thai movió la colita y correteó alrededor de él como una loca, feliz de que al fin saliera. Antonio se agachó, cogió una piedra y se la tiró lejos. Thai ni siquiera giró la cabeza, seguía esperando algo, caricias, seguramente. Antonio le pasó los dedos por detrás de la cabeza y le rascó cariñosamente.

            —¿Quieres llevarte uno? —Preguntó a su mujer, esperanzado.

            —No, no vamos a llevarnos a ninguno —replicó, enojada—. Tienes que darle algo a Mercedes, ¿recuerdas?

            —Ah, ya, el cheque... —Recordó de repente.

            Sacó la chequera y escribió una cifra. Suspiró hondo y en lugar de poner cinco mil euros, puso cincuenta mil. Seguramente ayudaría a la protectora a hacer casetas dignas para todos los perros y aún así no sería suficiente. Pero no podía dar más, ya era demasiado.

            Brigitte abrió los ojos como platos cuando vio la cifra.

            —¿Estás seguro? —Preguntó, seria.

            —Totalmente —suspiró.

            Eso no era demasiado sacrifico para su holgada cuenta corriente. Brigitte le cedió el cheque a la dueña y ésta lo cogió como si no fuera nada importante. Cuando sus ojos se posaron sobre la cantidad, dio un paso atrás y por muy poco no se cayó de espaldas. Thai pasaba justo por detrás y ésta al sentir su pie salió corriendo, asustándola y haciéndola soltar el cheque.

           Uy, por favor, pero qué oportuna esta perra... —Se agachó, recogió el papel y se lo quedó mirando como si le costara trabajo creer lo que veía—. Muchísimas gracias, de verdad... Podremos olvidarnos de andar pidiendo subvenciones una temporada.

            —No hay de qué —Antonio se quedó mirando a Thai, que les miraba desde la distancia.

           Thai, ven aquí —la llamó cariñosamente.

            La perrita se acercó alegre y se dejó acariciar nuevamente. Eso le emocionó, había acudido a su llamada sin conocerle de nada. Era muy obediente.

            —Nunca se ha llevado bien con nadie, es una gruñona —insistió Mercedes.

            Con aquella caricia se despidió de ella con cierta tristeza. La dueña les abrió la puerta y Brigitte se metió en el coche, seguida de Antonio que arrancó y dio marcha atrás. En ningún momento perdió de vista a la perrita, que se había sentado a distancia prudencial, mirándoles con las orejas caídas.

 

 

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Comentarios: 2
  • #1

    Antonio J. Fernández Del Campo (jueves, 22 diciembre 2011 16:22)

    Escribe aquí lo que te va pareciendo la historia.

  • #2

    yenny (viernes, 23 diciembre 2011 15:57)

    Que buena historia parece que se van a reunir todos los personajes, parece que va a ser una historia larga, ojala nos puedas regalar la otra parte para navidad :)
    Pd. Que adopten a Thai.
    Cuidate mucho Tony, saludos.