Karma de sangre

21º parte

            Rodrigo y Sam estaban frente al portal con evidente impaciencia. Rodrigo llevaba un traje negro con corbata azul y camisa blanca, Sam llevaba un vestido gris elegante, de terciopelo ceñido y terminado en las rodillas. Al verles llegar se acercaron al coche.

            — No estamos solos en esto —explicó Antonio mientras bajaban y se dirigían a ellos.

            — Ya estamos todos —precisó Sam, aburrida—. Pongámonos en marcha.

            — ¿No nos vas a presentar? —Preguntó Brigitte, tímidamente.

            Antonio se apresuró a acercarse a ellos e hizo los honores.

            — Este es Rodrigo, un amigo de Sam —intentó presentar él, que también se sintió ridículo porque no sabía nada más de ese hombre—. Ella es Samantha, una vieja amiga... Creo que te hablé de ella.

            — No lo recuerdo —denegó Brigitte.

            — Ella es... —Antonio no supo terminar la frase. No sabía si le molestaría a la pelirroja que desvelara su secreto y esperó que fuera ella la que terminara la frase, pero no lo hizo. Claro que le había hablado de ella, pero como una de sus historias que Brigitte ni siquiera terminó de leer.

            — ¿Es? —Se impacientó Brigitte.

            — Una amiga que me ha sacado de varios apuros, antes de que te conociera claro. Es de fiar.

            Brigitte se acercó a ella y le dio dos besos.

            — De él no sé gran cosa —completó Antonio, nervioso.

            — No hay nada que saber, conocí a Samantha hace dos días. Estamos juntos —respondió, sonriente.

            — Vaya —Antonio no podía creer eso, sabiendo cómo era la vampiresa—. Entonces somos dos parejas. Mejor será que nos pongamos a trabajar, si es que queremos parar la epidemia.

            — ¿Cuál es el plan? —preguntó Sam.

            — Vamos a tener que dividirnos —explicó Antonio—. Vosotros dos seréis portavoces del gobierno, nadie os pedirá una identificación para eso, supongo. Nosotros nos presentaremos como especialistas en epidemias. Somos licenciados en medicina, bueno, tenemos el título, y podemos hacernos pasar por vuestros expertos en el tema. Vamos a ir los cuatro pero mejor vamos nosotros primero y tratamos de averiguar cómo está organizado todo en el tanatorio. Deberían haber llevado a todos los muertos al mismo sitio, al menos es lo que se suele hacer en casos de epidemias.

            — ¿Y qué hacemos cuando estemos allí? —Inquirió Sam.

            — Eso tenéis que decidirlo vosotros —respondió Antonio—. ¿Cómo podemos acabar con esos cadáveres?

            — Quemándolos —respondió Rodrigo.

            — Pues ya está, lo tenemos claro. En marcha —Antonio volvió al coche y se metió dentro sin esperar la respuesta de nadie. Brigitte se metió con él y ni se preocuparon por saber si los otros dos les seguían.

            Sam y Rodrigo fueron a su coche aparcado cerca y les esperaron. Antonio abrió la marcha y fue derecho a la universidad Complutense. Tenían unos veinticinco minutos de camino. Cuando ya estaban en la autopista, Brigitte preguntó:

            — ¿Que estamos haciendo, Tony?

            — Supongo que intentar salvar el mundo —respondió preocupado.

            — No sabemos lo que está pasando. ¿Y si nos contagiamos?

            — No es una enfermedad que se pueda contagiar así como así. Tendrían que mordernos...

            — A ti te mordió esa cosa... ¿Estás infectado? —Inquirió Brigitte, preocupada.

            — No lo creo... No sé, espero que no.

            Guardaron silencio unos minutos antes de que ninguno supiera qué más decir.

            — ¿Crees que esta noche volverá? —Consultó ella.

            — Haremos lo posible para acabar con esta amenaza, no te preocupes. De día son inofensivos.

            — ¿Y cómo vamos a encontrarla? Porque ella es la que está matando a la gente, ¿no? Es un maldito espectro. No sabemos ni por dónde empezar.

            Antonio suspiró, abrumado por su misión. ¿Como iban a parar esa plaga de vampiros? Verónica podía ayudarles, pero ya le había anticipado que era el fin. Ni con su ayuda lo impedirían.

            «Dime que podemos hacer algo, que aun hay posibilidades.»

            «Las hay, pero no vas a conseguirlo. No puedo decirte más»—explicó Verónica.

            «¿Por qué no?»

            «Imagina que sabes que un río se va a desbordar»—explicó ella—. «¿Que es mejor, intentar detenerlo o avisar a los afectados para que intenten huir de la riada?»

            «¿Quieres decir que tengo que prevenir a todos?»

            «No, los que van a morir tiene escrita la hora de su muerte desde que nacieron. Tú, en cambio, estás obligado a sobrevivir, debes salvarte.»

            «¿Y no intentar detener esto?»

            «Lo intentarás, pero llegará el momento en que entenderás que no puedes hacer nada y entonces huirás.»

            «Dios no puede permitirlo, dime que lo va a evitar.»

            «Si la gente depositara en él su confianza, él les salvaría. Pero confiarán en la ciencia. Por eso serán condenados, porque cada uno es juzgado por sus propias creencias. Acuérdate de lo que viste en el noveno círculo del infierno, cada uno tiene su propia verdad. Los que creen en su propia muerte, morirán para siempre. Y los que creen en la vida eterna no pueden morir.»

            «Eso no puede ser, Dios nos ama a todos» —espetó Antonio—. «Me ayudará a impedirlo».

            «Sí, lo hará. Pero no conseguirás nada hasta que no abras del todo tu corazón a la verdad que llevo horas tratando de revelarte. Has cerrado tus oídos a lo único que puede salvar a este mundo y no puedo reprochártelo.»

            «¿Qué verdad es esa?» —inquirió él.

            «Cuando ocurra, entenderás por qué no quisiste aceptarla. Entenderás que llevas horas conociéndola.» —enunció Verónica.

            — ¿Qué te pasa? —Preguntó Brigitte—. Hablando solo otra vez...

            — No he dicho nada —replicó él.

            — No, pero movías la boca.

            Antonio se preguntó si debía contarle lo que había hablado, pero decidió que no había nada que contar. Si Verónica decía que el fin del mundo era inevitable, él la demostraría que se equivocaba.

            Aunque era cierto, estaba asustado y por primera vez en su vida lo estaba por los demás, especialmente por la persona que más quería, Brigitte. Había una cosa que  Verónica le decía pero no quería escuchar.

            Mientras pensaba todo eso llegaron al lugar y vieron el edificio rodeado de gente con micrófonos, cámaras de televisión y teléfonos móviles grabando en la puerta del hospital. Por la cantidad de medios hacinados, la persona que estaba allí debía ser importante. Quizás un miembro del gobierno.

            — ¿Qué hacemos? —Preguntó Sam, que se había unido a ellos, seguida de Rodrigo.

            Una ambulancia sin luces pasó de largo y rodeó el edificio.

            — Hay que acercarse a escuchar —explicó Antonio—. No sabemos qué autoridades que se han presentado.

            — Vamos —aceptó ésta.

            Caminaron hacia la entrada del edificio, que tenía un curioso parecido a un mausoleo egipcio, con anchas escaleras en su entrada donde apenas cabía un alfiler por la cantidad de periodistas apiñados. Intentaron adentrarse en la masa de gente pero esa gente se peleaba por estar más cerca de la noticia y les fue imposible.

            — Por favor, dejen pasar, trabajamos aquí —manifestó Antonio, con escasa convicción.

            Aquella afirmación tuvo un resultado inverso al esperado. Todos empezaron a volverse a ellos y les enfocaron con las cámaras.

            — ¿Tienen alguna información sobre la presunta epidemia?

            Antonio se vio tan abrumado por la atención de focos y micrófonos que durante unos segundos no supo responder. Pero él tenía una respuesta que todos querían conocer. La cuestión era cuantos querrían creerle.

            — Por favor, dejen pasar —ignoró las preguntas—. El tiempo es crucial.

            — ¿Puede darnos alguna opinión sobre lo que está pasando?

            — ¿Han detectado algún síntoma?

            — ¿Qué le diría a su madre, que se ponga mascarilla?

            — A mi madre le pediría que rezara —respondió, mientras se abría camino.

            — ¿Entonces hay razones para alarmarse y establecer la cuarentena en toda la ciudad?

            — Dejen pasar, por favor, no habrá más declaraciones.

            Llegaron a la puerta y vieron a una mujer de unos sesenta años, que les esperaba al otro lado de las vidrieras.

            — Pasen, pasen, ya era hora de que llegaran.

            — ¿Sabía que vendríamos? —Inquirió Antonio, desconfiado.

            — Cierren la puerta, supusimos que esto tenía que ver con ustedes.

            Samantha se quedó clavada en la entrada al ver a una docena de policías esperando al otro lado. ¿Qué había querido decir con eso?

            — Entonces sabrán que deben seguir mis instrucciones sin dilación —Antonio pensó que Alastor, o uno de los suyos les estaba ayudando para que todos esos personajes les hicieran caso.

            — Sí, pasen —aceptó la esquelética mujer—. No quiero tener delante a decenas de periodistas.

            En cuanto cerraron las puertas los agentes cayeron sobre ellos y les esposaron.

            — ¿Qué demonios están haciendo? —Exclamó Rodrigo—. No hay tiempo, hay que quemar los cadáveres.

            — Sí claro. No se preocupen, señores. Las pruebas condenatorias están a buen recaudo.

            — Suélteme, no hemos hecho nada — protestó Sam.

            Nadie más respondió a sus preguntas, les condujeron a una sala del hospital y les hicieron sentar en unos bancos. Brigitte tenía cara de asustada y Antonio no sabía cómo explicarle lo que estaba pasando. Ni siquiera él entendía por qué les habían esposado. Cuando se calmó lo suficiente le preguntó a Verónica por qué no le había avisado de aquella encerrona y no tardó en contestar.

            «¿Me culpas a mí? Aun no me has preguntado una sola vez qué deberías hacer. ¿Quieres saber qué hacer? Deja de ignorar mis avisos. No debiste confiar en esos dos. Tienes que abrir tu mente para que pueda iluminar tu camino. Y no te queda mucho tiempo»

            «¿Acaso escucharte no es suficiente para demostrar que estoy abierto a ti?»

            «Sí, hablas conmigo pero escuchas solo lo que quieres oír. Tienes que aceptar la verdad.»

            «¿Qué verdad?»

            «La sabes pero no la aceptas.»

            «¿Que se acaba el mundo?»

            «No, el mundo se acabará porque no quieres aceptar el precio que supone salvarlo.»

            Antes que pudiera preguntar más cosas, la puerta de al lado se abrió y una pareja de policías les llevó dentro.

            Un grupo de médicos y guardias de seguridad les esperaba al otro lado de una mesa de cedro.

            — Siéntense —ordenó la mujer mayor, con autoridad.

            — ¿Por qué nos detienen? —Inquirió Rodrigo.

            — ¿No me conocen? Soy la Ministra de Sanidad. Entendemos que son los responsables de esto así que no nos hagan perder el tiempo. ¿Cuántos más tienen que morir para que estén satisfechos?

            — Está completamente equivocada —replicó Antonio—. Aunque tiene razón en una cosa, podemos detener esa amenaza.

            La ministra suspiró, visiblemente decepcionada, inclinó la cabeza a un lado y el hombre que estaba sentado a su lado susurró algo en su oído.

            — No vamos a discutir quienes son los culpables de este genocidio, al menos explíquennos contra qué estamos luchando. ¿Es un virus?

            — Señora ministra —proclamó Rodrigo—, lo que afecta a esas personas no les ha causado la muerte. Es prioritario que destruyan sus cuerpos.

            La mujer esbozó una sonrisa de incredulidad. Ninguno de sus acompañantes en la mesa se inmutó. Debían ser todos policías.

            — Y también podemos incinerar los lugares donde aparecieron —se mofó la mujer—. Miren, o colaboran o no volverán a ver la luz del Sol. Me aseguraré de que les encierren hasta que sus hijos sean abuelos.

            — Háganle caso —pidió Sam, intercediendo por Rodrigo—. O al menos encierren los cadáveres en una cámara acorazada.

            — No serviría de nada Sam —desengañó éste—, en cuanto despierten serán casi como espíritus, no podrá detenerlos ninguna barrera física.

            — En vista de que no quieren mostrarse racionales... —La ministra se mostró seria—... Hagan lo que tengan que hacer para acabar con esto.

            Se dirigía al hombre que tenía a su lado. Se levantó y salió de la sala con aire solemne.

            «Qué asquerosa» —Pensó Antonio—. «Parece que le han metido un palo de escoba por el...»

            — Levántense —ordenó el hombre que presidía ahora la mesa.

            Obedecieron, ese personaje debía tener cuarenta años, llevaba gabardina oscura y estaba medio calvo. Sin embargo su mirada seria no invitaba a tomarle a la ligera.

            — Están acusados de conspiración y actividades terroristas —hizo una pausa calculada para estar seguro de que los cuatro entendían lo que había dicho—, de modo que o colaboran o tendremos que hacer recaer sobre ustedes todo el peso de la justicia. 

 

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Comentarios: 6
  • #1

    Antonio J. Fernández Del Campo (jueves, 26 enero 2012 16:41)

    La historia llega a su recta final, comenta aquí lo que te va pareciendo.

  • #2

    x-zero (jueves, 26 enero 2012 20:09)

    va exelente, esperando continuacion, ahora si se puso buena

  • #3

    carla (viernes, 27 enero 2012 00:38)

    Uuuuiii.... *-* ahora si llego a la parte buena. Esperoo la contii pronto.

  • #4

    yenny (viernes, 27 enero 2012 18:38)

    Esta en la mejor parte, siempre nos dejas con intriga Tony, quiero saber que pasara, espero que la continuacion este pronto.
    Saludos y cuidate Tony.

  • #5

    Karen (viernes, 07 octubre 2016 05:11)

    Hasta aqui termino la historia

  • #6

    Tony (viernes, 07 octubre 2016 09:31)

    Karen, no llores que ya he arreglado el enlace.
    Si otra vez encuentras un enlace roto, avísame, ¿ok?
    Y si quieres seguir leyendo y no esperar a que yo lo repare, en un navegador deberías ver en la parte izquierda el menú de todas las historias con sus partes. Si te fijas Karma de sangre tiene 29 partes. Puedes ir directamente haciendo click sobre ellas.

    Gracias por ponerle tanto sentimiento.