Nueve de corazones

15ª parte

            Los primeros zombis le agarraron con ansiedad y comenzaron a morderle con rabiosa brutalidad. Sintió que le desgarraban y el dolor fue terrible, pensó que se había equivocado, que Dios no estaba allí para protegerlo, y que quizás debió elegir la muerte más rápida. Sin embargo, los que le habían mordido sufrieron espasmos y cayeron de rodillas llevándose las manos a la garganta. Los demás no hacían caso y seguían avanzando hacia él, buscando su trozo de carne. A pesar de lo espantoso de la escena, Antonio no sufrió ningún dolor, no sentía los mordiscos.

            Entonces ocurrió algo. Tres de los zombis que habían caído abrieron la boca y surgió luz de su interior. La luz cegó a todos los demás, que parecían temerla. Los que fueron tocados por aquel resplandor, chillaron agónicamente y trataron de evitar que sus cuerpos se vieran invadidos por aquel fuego blanco que les desintegraba como si fueran gotas de agua cayendo sobre ascuas ardientes. Uno tras otro fueron desapareciendo hasta que Antonio se quedó solo.  Se miró las heridas y descubrió que ya no estaban. Sonrió, pletórico al verse vencedor sin luchar y al comprender que no había sido una simple metáfora, Dios realmente estaba dentro de él. Aquello le dio mucha confianza y volvió corriendo a la plaza del castillo, ahora desierta.

            - ¡Vamos! - gritó, envalentonado -. ¡Devuélveme a Brigitte o tendré que recorrer cada maldito rincón de tu reino, purificando a cada uno de tus malditos siervos!

            - Eres demasiado pretencioso - dijo alguien, frente a él.

            Poco a poco apareció la imagen de un hombre desde la puerta oscura de uno de los accesos. Tenía y torso desnudo y patas de cabra, de su cabeza salían dos cuernos negros y su rostro era igual que el de Jesús. Parecía una copia desvirtuada de su cuerpo. Su mirada despedía odio e ira, a diferencia del amor y la paz que desprendían los ojos de Jesús.

            - ¿Quién eres? ¿Una especie de bufón infernal? - preguntó Antonio, burlón.

            El demonio entrecerró los ojos hasta convertirlos en unas estrechas rendijas y le señaló con el dedo. De su uña larga y afilada surgió un chorro de fuego que prendió un círculo de llamas bajo los pies de Antonio. Éste se vio sorprendido y lanzó un grito agónico por el dolor que le provocaron. Sintió que el fuego le devoraba la piel y los huesos por igual y cayó al suelo entre espasmos de dolor e impotencia por librarse de ese tormeno.

            - ¿Dónde está Verónica? - preguntó el hombre-cabra, enojado, haciendo apagar las llamas con un simple gesto.

            De sus manos salía un resplandor rojizo, como si estuviera conteniendo fuego con ellas.

            - ¿Dónde tienes el alma de Brigitte? - contraatacó Antonio que, al verse entero y no abrasado, dudó si aquel fuego era real o un truco mental.

            - Entrega a Verónica - replicó -. Después hablaremos.

            Antonio se puso en pie y se sacudió la ropa. Estaba lleno de polvo por el suelo negruzco de ese patio. Ni siquiera su camisa de seda había sufrido daños por aquella terrorífica visión.

            - He venido a ofrecerme a cambio de Brigitte. Verónica no ha venido - ofreció.

            - ¿Crees que soy estúpido? - preguntó el demonio -. ¿Crees que no sé que ella ha venido a través de ti? Sé que está dentro, apestas a violeta celestial, y te la sacaré arrancándote cada órgano y al final la encontraré. Pónmelo más fácil, entrégala y podremos negociar el rescate de la adúltera.

            - Ven a intentarlo, si te atreves - dijo, envalentonado, sabiendo que lo mismo que había destruido los zombis podría destruirle a él.

            El Demonio también lo debía saber y por eso no hizo nada.

            - Te dije que no la entregaría - el Demonio habló a alguien que tenía detrás, en el túnel del que salió.

            Al decir eso, vio salir a un chico joven de una de las puertas del castillo. Antonio le reconoció en seguida como su amigo Pedro, el que le había ayudado a escapar del infierno. No sabía si podía seguir confiando en él o no, pero siendo una de las cartas del Maligno, decidió no contar con él para nada.

            Sin embargo algo en su interior se estremeció al verlo. Verónica había experimentado una emoción indescriptible de dolor y ansiedad por abrazarlo.

            - Solo quiero verla una vez más - suplicó Pedro.

            - No puedo ayudarte, lo siento - replicó, perdiendo parte de su confianza, sabiendo que Verónica deseaba exactamente lo mismo.

            - Por favor, tú sabes lo que es amar - explicó el muchacho -. ¿No te resulta duro saber que nunca volverás a ver a Brigitte? ¿No intentarías cualquier cosa por volver con ella?

            Antonio recordó cada segundo que había pasado a su lado en la cama, las veces que habían hecho el amor. Pero lo que más le estremecía de dolor era recordar aquel primer beso a la puerta del restaurante,  recordar su preciosa cara, sus ojos preciosos, enamorados. Verla ante él, sentirla a su lado mientras caminaban a su nuevo hotel. Recordó las preciosas palabras de su email y cómo le hicieron estremecer por lo profundo de sus sentimientos y, al recordar todo eso, de golpe su cuerpo tembló. Sabía que acababa de conocerla, que era muy osado hablar de amor en tan poco tiempo, pero su corazón estaba ardiendo. Si eso no era amar... Claro que entendía a Pedro, él sentía lo mismo por Verónica y ella sentía lo mismo por Pedro.

            Pero no podía entregársela, no la traicionaría otra vez.

            - Lo siento, amigo - le dijo -. Yo nunca condenaría a Brigitte al infierno, aunque eso significara mi propia condenación.

            - ¡Yo te salvé! - gritó Pedro, poseído por el odio -. ¡No puedes negármelo!

            - No puedo - Antonio comenzó a sentir ganas de llorar, creyó que esperaban demasiado de su frágil capacidad de elegir. Puede que no fuera justo, y él también se enojaría si le hubieran negado ver a su amada, pero no podía traicionar a Verónica.

            - Nunca volverás a verla - añadió Pedro, con mirada retadora -. Nunca te la devolveré... Y créeme, pienso ensañarme con ella.

            - ¡Nooo! - gritó Antonio -. Tienes que devolvérmela, quédate con mi alma, ella no tiene nada que ver con todo esto, libérala. Yo te quité a Verónica.

            - Tu alma no vale nada. Eres una sombra - insultó Pedro, con una sonrisa malévola -. Ni siquiera te quieren los vivos, hasta aquí resuenan los agradecimientos de ahí arriba, miles de personas darán gracias a Dios porque al fin has muerto. Ahora que no estás, se sienten más seguros, creen que el mundo está mejor sin una alimaña como tú.

            - Ellos no saben la verdad - le retó Antonio.

            - ¿Qué importa la verdad? - escupió Pedro -. ¿Acaso puedes convencerles? Todo el que lee tu historia en los periódicos te odia. Además, Verónica también desea volver, no quiere seguir ayudando a todos esos infelices que aún respiran. Esos que la consideraron un despojo humano, que estuvieron a punto de matarla solo porque no tenían dinero para mantener su cuerpo con vida. Siempre detestó a sus padres y siempre lo hará. No quiere estar en el cielo, por eso se vino contigo, para volver junto a mí, la única persona que la ha querido de verdad. Solo tienes que dejarla salir.

            - No pienso hacerlo - replicó Antonio -. Ella te quiere, pero no ha venido a quedarse contigo.

            Pedro suspiró y le miró con expresión de superioridad.

            - Pues tú verás, Brigitte o Verónica. No puedes irte con las dos.

            «No luches más»- escuchó en su interior la voz de Verónica -. «Voy a salir.»

            Antonio se estremeció. No quería que saliera pero ella misma estaba manifestándose y no podía detenerla.

            - No lo hagas, no vine a traicionarte - le dijo, cuando la vio fuera.  

            Verónica no era como los demás, era un ser hecho de luz a quien parecía no afectarle ninguna de aquellas sombras. El Diablo se acercó a ella y la cogió de las muñecas pero la fuerte luz que emanaba le abrasó las manos y tuvo que retroceder.

            - Maldita sea, no puede ser...

            - Sí puede ser - replicó ella, sonriente -. Ahora Dios está conmigo, nada de este horrible mundo puede hacerme ningún daño.

            El Demonio corrió hacia Pedro y le cogió la cabeza como si fuera una sandía que quisiera aplastar.

            - Sí que puedo hacerte daño, más del que tú crees. Si no reniegas de Dios ahora mismo, torturaré a este hombre hasta el fin de la eternidad. Le destrozaré tantas veces que no podrás saber el número. Y cada día repetirá tu nombre desesperado.

            - He venido al infierno para llevármelo - dijo ella, sin perder la calma -. Ya ha sufrido bastante.

            Antonio vio la escena sin saber qué hacer. Pero al darse cuenta de que ya había hecho lo que le habían pedido, aunque fuera involuntariamente, habló.

            - Cumple el trato, demonio - le increpó -. Te la he traído al infierno, devuélveme a Brigitte.

            - Nunca dije que te la traería. Vete tú a buscarla. Está en alguna parte de este castillo, si la quieres, encuéntrala.

            Quería saber cómo se desarrollaría el encuentro con Verónica pero quizás no tenía mucho tiempo y al menos ahora estaban entretenidos con ella. La miró, sintiéndose culpable por exponerla a semejante peligro, pero ella le sonrió y asintió con la cabeza, dándole permiso para dejarla con ellos.

            - Lo siento - susurró -. Que Dios te acompañe...

            - Lo hará, nos acompaña a ambos - replicó ella.

            Se alejó corriendo y les dejó a los tres. Verónica simulaba a una diosa legendaria ante las fuerzas del mal, era una luz cegadora en medio de un lugar sombrío y lleno de criaturas malignas. Antonio deseó luchar a su lado pero en esa lucha no había lugar para él.

            Cuando estaba a punto de llegar al túnel por el que les vio salir, Verónica comenzó a perder brillo. Antonio se dio la vuelta, sorprendido y la vio rendirse. Ella agachó la cabeza y suspiró.

            - Señor, déjame sola - dijo -. No puedo permitir que sufra más por mi culpa.

            Su luz se apagó por completo y solo quedó la frágil figura de una mujer cubierta con un manto blanco. El Demonio soltó a Pedro y se acercó a ella sonriente y victorioso.

            Quiso volver pero ella le miró desde la distancia y le hizo un gesto para que no hiciera nada y se marchara.

            - Dios, protégela… - susurró.

            Corrió sin mirar atrás, mientras escuchaba cómo el Demonio describía torturas para su ella. Verónica no respondió en el tiempo que estuvo corriendo. Se prometió a si mismo que en cuanto consiguiera encontrar a Brigite, volvería a ayudar a Verónica y a Pedro. Haría lo posible para que los cuatro salieran del infierno... aunque fuera quedándose él mismo para impedir al Diablo que fuera tras ellos. Su vida ya no tenía valor alguno, si por un milagro seguía vivo, no quería vivir entre rejas sabiendo que nunca más vería a Brigitte. Sabiendo que ella le detestaría y lamentaría el día que le conoció, cuando leyera los titulares de los periódicos. Él ya no contaba, solo contaban los demás. Como decía Pedro, él solo era una sombra que no le importaba a nadie.

            Aquel pasadizo le llevó a una sala enorme con unas escaleras que subían a las habitaciones de los señores del castillo y a un lado de las escaleras había una reja metálica, como si fuera la puerta a las mazmorras. Tardó un par de segundos en decidir que debían tenerla en las mazmorras. Con lo teatrero que era el Diablo, seguramente estaba ahí abajo. Puede que custodiada por un par de demonios.

            - Allí debe estar - se dijo.

            Fue a la reja y la empujó con fuerza, ésta cedió porque estaba medio suelta de la pared. Se internó y tuvo que bajar por unas escaleras. Si no fuera por que llevaba su antorcha, no habría podido bajar, ya que eran escalones muy altos y se encontró algunos que estaban medio rotos. Hubiera sido fatal caer rodando por esas escaleras, aunque luego se dio cuenta de que no le habría pasado nada porque solo era un espíritu. No podía romperse ningún hueso.

            Llegó al rellano donde estaban las celdas y vio que una de ellas estaba cerrada. Corrió hasta allí y vio a una mujer sentada en un catre de paja, forcejeando con unas cadenas.

            Corrió hasta ella y la reconoció, era Brigitte.

            Al verle llegar, ella se sorprendió.

            - Tony - dijo -. Has venido a por mí.

            - Soy tu príncipe azul, ¿recuerdas?

            - No sé qué ha pasado, fue todo tan rápido…

            - ¿En el baño?

            - Vi a un muchacho reflejado en el espejo que no estaba allí, no parecía malvado. Tenía cara triste y quise ayudarle, puso la mano en el espejo y fui tan estúpida que la puse también, intentando consolarlo. Después me trajo a este mundo horrible y me encadenaron aquí sin darme una sola explicación.

            Antonio cogió sus cadenas y trató de quitárselas pero no tenía tanta fuerza. Necesitaba las llaves y no pensaba volver ahí arriba a pedírselas al Diablo.

            - No puedo quitártelas - se lamentó -. ¿Y las llaves?

            - Se las llevaron ellos - explicó Brigitte.

            Lo que temía, le habían engañado para que se alejara y dejara a Verónica totalmente sola. Se sintió insultado y manejado como un pelele molesto y sin importancia, y eso le sentó muy mal.  Tenía que volver y tenía que exigir unas llaves que no le darían gratis. Pero él ya lo sabía cuando fue allí y había llegado al infierno para ofrecerse como moneda de cambio. Ahora que Verónica no era un tema tan importante, aceptaría la oferta de su alma por las llaves.

            - Está bien, ya sé dónde estás... Voy a ir a buscar las llaves... - dijo, con tristeza -, y puede que no sea yo quien venga después a rescatarte. Prométeme una cosa, amor mío - se le llenaron los ojos de lágrimas al decir eso.

            Ella le cogió de la cara con las manos y le besó.

            - Lo que sea - dijo.

            - Prométeme que... No les creerás. Que leas lo que leas, es mentira. Todo es mentira.

            Antonio sintió que las lágrimas resbalaban por sus mejillas y que posiblemente no volvería a verla nunca más. Lo que estaba pensando no le dejaba muchas esperanzas aunque podía salvar a sus amigos y a ella.

            - ¿Qué es mentira?

            - Yo... no lo hice. Soy inocente de todo lo que me acusan. Mi trabajo es acabar con amenazas sobrenaturales, y la justicia mundana ha preferido creer que soy el asesino en serie en lugar de ser el que los detiene. O al menos, el único que lo intenta.

            Entonces recordó que no solamente había intentado matar a Verónica y a Samantha, sino que había disparado a la mujer que fue poseída por la muerte, había matado también al espiritista que invocaba a la Santa compaña... No podía decir que no había matado a nadie.

            - ... Te juro que no soy lo que dicen de mí. Prométeme que no les creerás.

            - Vas a volver a salvarme. Eres mi príncipe azul,... - respondió ella, comenzando a llorar, entendiendo que se estaba despidiendo de ella.

            - No, no creo que pueda volver. Prométemelo - ordenó él, firme.

            - Lo prometo - susurró Brigitte, llorando.

            - Adiós, amor mío... Nunca te olvidaré. Pero tengo que hacer esto para salvarte, para rectificar mis errores,... para salvaros a todos. Te amo…

            Ella no entendía nada, pero ya no importaba. Antonio corrió hacia fuera de esas celdas, deseando no llegar demasiado tarde. Tenía que ayudar a Verónica, la había dejado completamente sola por la desesperación de salvar a Brigitte. Ahora tendría que luchar físicamente. Por el camino había visto espadas y lanzas. Cogió una espada, una lanza y subió los escalones lo más rápido que pudo por aquella estrecha entrada.