Nueve de corazones

13ª parte

            No comprendía esa frase. Su cerebro no terminaba de asimilar tanta información impactante en tan poco tiempo. Se colocó una toalla mojada en la quemadura del brazo y buscó vendas en el botiquín del baño. Las metió bajo el grifo y las empapó de agua fría. Se la colocó en el brazo y notó que el dolor por la quemadura cesaba un poco. Mientras se preparaba el brazo, trató de pensar en qué estaba pasando y solo hubo una deducción lógica: Le estaban pidiendo a Verónica a cambio de la vida de Brigitte.

            Recordó su pesadilla del infierno, cómo Pedro había logrado salir hasta el primer círculo y cómo el Demonio planeaba la manera de recuperar a Verónica. No esperaba que intentaran usarle a él de cebo y menos sabiendo que no tenía modo alguno de contactar con Verónica, salvo en sueños y solo cuando ella quería.   

            Cuando tenía el brazo perfectamente vendado, cogió su pasaporte inglés, el bolso de ella, recogió su ropa interior, se quedó paralizado al tocar la fina tela de su sostén y finalmente guardó ambas prendas en el cajón. No podía llevarlas, seguramente la habrían desnudado para poder ingresarla en el hospital. Pensó que si lo habían hecho, se las habrían guardado en el armario de su habitación y por tanto, él podía llevar esas prendas y dejarlas allí para que nadie sospechara nada. Volvió a abrir el cajón y metió las prendas en el bolso.

           

            Tomó un taxi y llegó en veinte minutos al hospital. Preguntó por ella en la ventanilla de información y le dijeron que no había nadie registrada a su nombre. Sin embargo había una mujer que no llevaba documentación y él alegó que él tenía su bolso y podía ayudarles a identificarla.

            - Está bien, pase a urgencias y hable con el enfermero cuando salga a atender.

            - ¿Cómo está ella? - preguntó, visiblemente nervioso.

            - No lo sé, pregúnte al enfermero - resplicó la mujer, enojada.

           

            La sala de urgencias era espaciosa y varias personas esperaban con paciencia. Algunos llevaban mascaras para evitar contagiarse o bien para evitar contagiar a los demás. Había un hombre con la pierna sangrando, cubierta por una toalla que empezaba a gotear sangre. Quiso ignorar el consejo de la enfermera y llamar a la puerta pero se contuvo al comprender que debían estar luchando por salvarla.

            El tiempo que estuvo esperando en la puerta trató de orar, comunicarse con Dios y Verónica.

            "Por favor, que se ponga bien. No suelo pedir cosas, no soy de los que piden deseos a estatuas y no estoy hablando con ninguna ni es una oración prefabricada, pero Dios mío no puede morir. No podría soportar que muriera, no estoy preparado. Señor, Verónica, todas las potencias celestiales que habitáis la ciudad de los santos... ayudarme, ayudarla..."

            La puerta se abrió y salió un hombre con el brazo escayolado. Antonio se levantó y se acercó con impaciencia.

            - Disculpe, tengo la documentación de la chica que llegó con un golpe en la cabeza.

            El enfermero asintió y le dejó entrar.

            - ¿Por qué no ha llamado? Le estabamos esperando, nos avisaron desde la centralita.

            - Me dijeron que esperase fuera a que salieran - protestó.

            - Debe ser de los pocos que hacen caso a nuestras recomendaciones - replicó el enfermero, jocoso.

            Quería dejarles el bolso pero el enfermero le invitó a entrar y le guió por un pasillo lleno de camas separadas por cortinas blancas.

            - Traigo al marido - dijo el enfermero.

            Antonio sintió que aquellas palabras le dejaban sin aliento. No era el marido, pero le gustó mucho la idea.

            - Al fin - invitó otro enfermero, que estaba buscando la ficha de Brigitte en el portafolios de los pies de su cama.

            - Dígame el nombre y número de la seguridad social, por favor.

            Antonio sacó su cartera sin poder evitar mirarla. Mientras les dictaba los datos se fijó que estaba dormida, tenía un tubo metido en la garganta y varias máquinas monitorizaban su estado. Una de las líneas era de color rojo y emitía pitidos intermitentes aunque no sabía si eso era bueno o malo.

            - ¿Se pondrá bien? - preguntó, preocupado.

            - Su mujer está en coma - explicaron -. Aún no sabemos el motivo, pero lo estamos estudiando. Ah, coja su vestido y llévelo a casa o vigílelo. No nos hacemos responsables de los objetos personales y es evidente que es un vestido caro.

            Le señalaron una mesilla que había junto a su cama y vio que allí estaba el vestido, doblado a la vista de todo el mundo. Se acercó y lo metió en el bolso, que era bastante amplio y hacía juego con el color del vestido.

            El hematoma de la cara se estaba suavizando. El golpe no fue tan fuerte y eso le tranquilizó un poco. Sin embargo estaba seguro de que eso no era una enfermedad ni se curaría a menos que él hiciera algo. Verónica debía regresar al infierno para que el alma de Brigitte fuera liberada. Conociendo las normas de Fausto y sabiendo que Pedro ocupaba su lugar, era posible que tuviera solamente tres días en conseguirlo.

            ¿Pero cómo demonios iba a devolver a Verónica al infierno? No podía hacerlo, ya estaba en el cielo. Además, no quería, aun en el caso de que pudiera.

            Había una silla junto a la cama y se sentó allí, mirándola con ansiedad. La quemadura de su brazo le seguía ardiendo aún con las vendas mojadas y eso le recordaba constantemente que su curación dependía exclusivamente de él y que tenía que encontrar un modo de salvarla. 

            «¿Cómo voy a llevarla si ni siquiera puedo hablar con ella cuando yo quiero? Solo cuando duermo... Pero necesito algo más que dormir... No puedo despertar antes de cumplir mi propósito.»

            No quería condenar a Verónica pero tenía que intentar algo para que le devolvieran el alma a Brigitte. Tenía que recurrir a ella y juntos, con ayuda de Dios, salvarían a Brigitte.

            Apuntó su teléfono en la parte de su ficha donde ponía el teléfono de contacto de familiar, pero cuando terminó de apuntarlo recordó que lo había tirado por la ventanilla del coche la tarde del sábado y lo tachó. Pensó un segundo en su marido de verdad y rechazó de plano la idea de llamarle para comunicarle lo que había pasado. Si lo hacía, él no podría volver. Sin embargo eran las tres de la mañana y ella no había contactado con él, ni siquiera tenía su móvil en el bolso y seguramente él estaría desesperado buscándola. Seguramente habría denunciado su desaparición, lo que inevitablemente le llevaría al hospital cuando la policía la encontrara. Hasta ahora no habían podido porque acababan de rellenar la ficha y nadie la había metido todavía en el ordenador.

            Qué importaba si venía o no el marido. Ahora solo contaba salvarla, después ya vería lo que hacía.

            Se llevó el bolso con todos sus enseres personales, por recomendación de los enfermeros. Se acercó a la cabecera de la cama y la miró intensamente, sufriendo porque se sentía responsable de lo que le había pasado. La besó en los labios y éstos estaban tibios y resecos. Cerró los ojos tratando de recordar lo suaves y cálidos que eran hacía una hora, cuando todavía estaban en la cama sin sospechar lo que iba a pasar.

            - Voy a salvarte - susurró a su oído -. No te rindas.

            Regresó a su hotel y pasó antes por una farmacia. Compró una caja de somníferos y subió a su habitación sin perder un minuto. Se sentó en la cama y abrió el frasco de pastillas redondeadas. Lo volcó sobre su mano y dejó que salieran al menos seis. Debía dormir hasta casi la muerte. No podía arriesgarse a que alguien le despertara y lo arruinara todo.

            El plan era simple, tenía que ir al infierno y traer el alma de Brigitte de regreso. Los riesgos eran incontables, podía morir con tantas pastillas aunque la muerte no era sinónimo de derrota, solo era un mal menor. Lo que tenía que hacer era salvarla, no importaba el precio. Pensó que quizás debería recurrir a la ayuda de Verónica pero eso era lo que quería el Diablo y no estaba dispuesto a considerar las exigencias que le habían pedido.

            Se metió un puñado de pastillas en la boca y se las tragó con ayuda de la botella de agua que tenía siempre en su mesita de noche. Las obleas descendieron por su esófago con dificultad, nunca había tragado tantas pastillas de golpe. Se tumbó boca arriba y preparó su viaje. Debía permanecer consciente en toda su aventura y para ello debía concentrarse en mantener la consciencia y recordar todo lo que estaba  a punto de pasar.

            El sueño cayó sobre él tan deprisa que de repente ya no estaba en la cama sino en un pasillo de hospital. Se vio a si mismo atravesar una puerta y con un cuchillo de juguete atravesó a Verónica. Salió corriendo de allí y la vio caer, agonizando. Las enfermeras entraron enseguida y la llevaron al quirófano inmediatamente. No podía escuchar nada, era como verlo todo a través de un cristal irrompible. No podía intervenir. Pensó que no debió hacer eso, que él no era juez de nadie y que no quería que muriera. El tiempo se aceleró y los médicos lograron salvarla. Pasaron los días y no despertó, se mantuvo en coma y la llevaron a su habitación con un respirador. Al parecer no había muerto pero le faltaba poco, ya que tenía incontables máquinas a su alrededor. Nadie entró a visitarla, ni siquiera sus padres, que a pesar de que ella no estaba consciente, nunca pasaban de la puerta.

            - Lo siento Verónica - le dijo, esperando que ella pudiera escucharle.

            - No debes preocuparte por mí ahora - escuchó su voz, en alguna parte de su cabeza -. No te distraigas, tienes un caso mucho más importante ahora que yo.

            Antonio se extrañó, le costaba pensar y recordar qué hacía allí. Supuso que estaba dormido pero no estaba seguro, aquello era tangible aunque tenía la sensación de que ahora solo podía ser espectador y no podía cambiar gran cosa. Se sintió débil y se miró las manos. Estas parecían estar desapareciendo, como si estuviera a punto de perderlas.

            - ¿Qué me pasa? - preguntó, con muchas ganas de dormir.

            - Estás a punto de morir - escuchó de nuevo su dulce voz.

            Aquella respuesta le recordó lo que estaba pasando. Había tomado somníferos para lograr entrar en el espejo y rescatar el alma de Brigitte, pero no podía hacerlo si Verónica le acompañaba.

            - No pienso dejarte solo en esto - le dijo ella, con una voz audible y real.

            Miró hacia su derecha y la vio en pie, mirándole con media sonrisa. Estaba envuelta en una luz blanca pacificadora y se sintió feliz de tenerla allí justo cuando la necesitaba.

            - Deberías irte, no puedes ayudarme. Ya te hice demasiado daño, no merezco tu ayuda.

            - Te equivocas, soy la única que puede ayudarte. Tú solo no sabrás el camino, olvidarás tu propósito. Y, además, yo también busco algo ahí abajo.

            - Pero no puedo traicionarte de nuevo.

            - Todo saldrá bien - aleccionó ella, segura de sí misma -. Hasta las cosas que surgen de la mente del Gemelo, son voluntad de Dios.

            Antonio dudó, no sabía si su mente le estaba traicionando y la quería llevar como moneda de cambio.

            - No, iré solo. Vete de aquí, ya te he causado bastante dolor.

            Verónica sonrió y le ofreció la mano.

            - Hay tantas posibilidades de que yo termine en el infierno, como que Pedro pueda ir al cielo. No vamos a estar solos, Dios nos acompaña.

            Antonio negó con la cabeza y no aceptó su mano.

            - ¿Va a haber una especie de confrontación o algo así?

            - Es como debe ser, tú y Brigitte, yo y Pedro, Dios y su reflejo. Lo que va a pasar, ni Dios mismo lo sabe.

            Se había sentido muy valiente al tomar las pastillas, creyó que sería algo que el Demonio no entendería sin antes invocar a Verónica. Sin embargo, él solo era una ficha más de un enorme juego de ajedrez y al tomar las pastillas había hecho el movimiento que una potencia superior había querido que hiciera.

            - ¿Por qué se tienen que complicar tanto las cosas? - le preguntó a Verónica, negando con la cabeza.

            - El camino es menos aburrido - se limitó a responder ella, sonriente y despreocupada.