Nueve de corazones

1ª parte

Cuaderno de notas de Antonio Jurado

 

12 de mayo de 2009

 

            He tenido un sueño donde Verónica hablaba conmigo y  ella dijo:

 

            Cuando mi corazón dejó de latir, por primera vez en toda mi vida me sentí viva y libre.

            En vida me esforzaba por ser como los demás, al principio intentaba agradar a la gente mientras mi corazón quedaba encerrado en una prisión oscura, mis últimos años ni siquiera quería agradar. Mi corazón dejó de ser importante para mí. Hasta que una persona rompió los barrotes de su prisión y lo liberó, dejándome disfrutar de la felicidad y la desdicha a manos llenas. Sabía que no podría ser feliz con él pero aún así, me entregué por ser el único que se había molestado en mirarme a los ojos y amarme aunque sabía que no fuera una buena idea.

            La vida se mide por las lágrimas que arriesgas y, si al final las pierdes, no has perdido nada. Has ganado una experiencia inolvidable o al menos eso es lo que nos hace pensar que enamorarnos de la persona incorrecta merecerá la pena. El camino hacia el cielo está construido sobre huellas de dolor. Nadie puede amar sin sufrir. Y el sufrimiento no es malo, solo lo es si es lo único que permanece y permitimos que se pudra nuestro espíritu y dejamos que nos domine el odio.

            Después de desafiar la lógica, amar a la persona que sabía que más daño me iba a hacer, a pesar de las palabras tan duras que me dijo para salvar su relación con su novia, con toda mi alma destrozada porque me entregué a un desconocido y éste me dejó el corazón hecho un colador, permití que sus disculpas calaran, admití que a pesar de todo, ese chico merecía todo lo que nunca le concedí a mi novio. El amor hace estúpida a la gente, pero la falta de él nos hace aún más estúpidos.

            No importa de quién fue la culpa, nuestros encuentros tuvieron un fatal desenlace y eso terminó de marcar mi ya maltrecha alma. La doblegué al mal porque culpaba a Dios de mi dolor, de mi soledad y amargura. Cuando el sufrimiento atormenta tu corazón, crees que surge de un corazón dolido y esperas que alguien venga en su caballo blanco para salvarte de tu dolor. Miras al cielo, al paladín de bien y la justicia y como siente que tu sufrimiento no es justo le echas la culpa de todo.

            Desde entonces, nunca volví a sentir nada por nadie. El mal acampó en mi pecho y solo me movía por la justicia falseada del Demonio. Decidía quién vivía y quien moría en función de pequeños detalles sin la menor importancia. Si se burlaban de mi leyenda, acaba con ellos. Si se burlaban del que la contaba, me vengaba de ellos. Si hacían cualquier cosa que me disgustara, acababa con ellos. Y me auto exculpaba pensando que me enviaba el príncipe del infierno y no me sentía culpable porque si Dios quisiera podría detenerme y no lo hacía.

            No niego mi culpa, la mano ejecutora era la mía. El mal me tenía esclavizada y yo no luchaba por liberarme.

            Cuando mueres, no existe un túnel con una luz al final del camino. Nadie puede ver lo que hay más allá y luego volver para contárselo a los demás. Los que mueren unos minutos y luego son reanimados, solo pueden recordar lo que su cerebro ha podido recordar mientras aún vivían. Nada se puede comparar a la experiencia traumática de la muerte y una vez la sufres, no puedes volver a despertar.

            Antes de ese día había tenido experiencias extracorporales, viajes astrales, había visto a Dios en su forma humana y mucho antes al Diablo. Creía que al morir todo sería igual, pero sin la preocupación de tener que volver a mi cuerpo pensaba que mi cuerpo astral permanecería igual. Pero no sabía lo que me esperaba.

            La muerte es como un huracán que lo arrastra todo. Recuerdos, apegos, costumbres, vicios... Es como si metieran nuestra vida completa en una batidora y le dieran al botón de máxima potencia. Es el final de todo. No hay nada, más allá de la muerte. El cerebro muere, el corazón se para, los ojos dejan de ver y los oídos dejan de oír, la mente se calla, el dolor y el amor desaparecen. Y solo entonces nos damos cuenta de lo que somos realmente: Dejamos atrás toda una vida de la que tenemos pedazos de recuerdos, culpa, debilidad, de amor y de odio. La vemos ante nosotros y la estudiamos como quien lee un libro y tiene gran imaginación para ver, oír y sentir lo que está leyendo.

            Las cosas que hicimos mal haciendo sufrir a otros se amontonan y por primera vez somos conscientes de ello. Vemos a nuestros semejantes y las consecuencias de nuestros actos. Somos jueces implacables de nuestra propia existencia. Y lo vemos como lo que realmente es, algo ajeno a nosotros como jueces justos.

            Yo debería estar en el infierno, en el último círculo, el más físico, terrible y doloroso, el de los lamentos eternos. Sin embargo había una única cosa que había hecho bien, algo que no ayudó a nadie y que pesaba más en mi juicio que todas mis terribles acciones.

            Un día de mi vida, el último, me arrepentí de todo y vi a Dios. Liberó mi corazón de la prisión, de sus cadenas y al hacerlo fui consciente de toda mi perversidad y me arrepentí. Me di cuenta de que no le importa cuantas cosas hayamos hecho mal, cuánto daño hayamos hecho, si abrimos el corazón y nos humillamos ante él con total y profunda sinceridad. Lo perdona todo. Antes no entendía cómo una persona podía ir por el mundo perdonando pecados y, según los creyentes, se pudieran salvar con ese simple gesto de un humano más. Ahora entiendo que no es un humano más, él es la única persona que importa realmente. Cuando le miras a los ojos y le conoces y sabes que él está tan cerca de ti que te conoce mejor que tú misma, entiendes que lo único realmente importante de nuestra existencia es que él te ame. Y cuando entiendes que te ama aunque no te arrepientas de nada, surgen el dolor y la comprensión de nuestros errores. Nunca fue un castigo hacerme sufrir por amor, fue para que entendiera cómo se sentía él cuando estuve delante. Solo ama sin recibir nada a cambio, su corazón es tan grande que nos perdona antes de que nosotros entendamos el dolor que le causamos, antes de que le pidamos perdón. Al conocerle en persona entendí que si yo había sufrido sin apenas dar nada, él sufría mucho más por haberlo dado todo y no recibir más que mi desprecio y mis acusaciones. No es un ser inaccesible, una potencia celestial lejana y sin sentimientos. Hasta que no entendí que era mi amigo y que había sufrido conmigo cada momento de mi vida, no supe lo graves que eran mis errores y lo mucho que sentía haberlos cometido.

            Mi alma cargará con esas culpas eternamente y según sus palabras: "Son como el lastre de una apisonadora, me pesarán y siempre las tendré en cuenta, pero a mi paso, allanaré todos los caminos porque quien ha hecho mucho mal, no se conforma hasta que hace tanto bien o más."

            Él me esperaba más allá de la luz. Era la primera vez que mi corazón se llenaba de alegría al ver a alguien. Me dijo que ahora que estábamos juntos, mi poder, su poder, iluminaría a muchos.

            Cuando estaba viva me conformaba con estar tumbada en la cama de un hospital. Solo quería que me dejaran en paz, sola con mis pensamientos.

            En cuanto me sentí liberada de mi pasado, mi alma voló en el espacio-tiempo buscando respuestas claras a mis preguntas. Fui a ver cómo fue su nacimiento y verlo con mis propios ojos me llenó de alegría. Le adoré, como las infinitas almas que fueron junto a mí a contemplar ese momento. En realidad todas las almas que se salvan, lo primero que hacen es contemplar su vida y acompañarle. No ya por aprender de él, sino por puro amor, por acompañarle y que su vida fuera más sencilla y su muerte menos dolorosa.

            Contemplé su niñez, le seguí mientras aún era un niño. Vi cómo se distinguía del resto de la gente por un simple detalle, y era que Jesús amaba a todas las criaturas, a todas las cosas, incluso a los que demostraban odio abiertamente hacia él o su familia. Siempre buscaba el modo de hacer felices a los demás. Algo que en este mundo abunda es personas que aman sin condiciones por lo que él no destacaba demasiado por ello. Era uno más. Sin embargo él no concebía el odio ni la indiferencia y amaba más a los que más le odiaban. En el odio las personas se distancian, y en el amor siempre están cerca aunque físicamente se encuentren a miles de kilómetros. El amor no es lo que la gente piensa en el mundo de hoy, no tiene nada que ver con el sexo. Un hombre puede amar a otro hombre y una mujer a otra mujer, el amor es entender lo que sienten los demás y preocuparnos por que se sientan bien. El amor implica conocimiento, entrega, afinidad y comprensión. Es más fácil amar a un padre, una madre, un hermano o una hermana. Es imposible sentirse solo si amas a alguien de corazón porque para amar de esa manera tenemos que conocerla tan bien que no necesitamos que esté a nuestro lado para saber qué nos dirían en cada situación.

            Cuando contemplé toda su vida y le conocí tanto como a sí mismo, habló conmigo y me dijo:

            - Lo único que distingue a los que van al infierno y a los que van al cielo es el amor. Una persona puede amar a su familia, puede amar a sus amigos, amar a sus vecinos, a sus compañeros de trabajo, sus conciudadanos... y no podrán ir al cielo. Lo que más importa es amar a todos, especialmente a los que más nos hacen mal. Una persona puede haber sido maltratada y violada, haber quedado embarazada y amar a su agresor y al fruto de su agresión. No existen buenos y malos, existen personas y todas cometen errores. Los que más y los que menos, nos hacen cosas buenas o malas pero todos ellos tienen su corazón, su destino, sus motivaciones, sus miedos... Esa persona a la que violan no tiene culpa por haber padecido tal aberración, pero generalmente el mal engendra mal y el bien, engendra bien. Solo los que saben responder a todo con amor, me conocen y pueden encontrar el camino hasta mí, cuando mueren.