Los vampiros no existen

3ª Parte

 

            - Despierta, Don Juan - le dijo una sensual voz femenina.

            Cuando abrió los ojos ya era de noche. Era lo malo del invierno, que oscurecía en seguida. Miguel tuvo que esforzarse para recordar cómo había llegado a esa situación, sus recuerdos eran como una pesadilla difusa que le costaba creer.

            - ¿Quién eres?

            - Sam - respondió ella, coqueta, sentada sobre la cama.

            Miguel la volvió a ver deslumbrante, tenía el cabello pelirrojo suelto y le bajaba más allá de los hombros. Sus ojos eran marrones claros, casi podía asegurar que medio amarillos. Al mirarla fijamente se dio cuenta de que relampagueaban y le resultaban tan fascinantes porque se volvían amarillos y parecían brillar con luz propia. No se había dado cuenta de ese detalle antes. Lo que más le llamó la atención era su indumentaria. Llevaba una camisa blanca ceñida con dos botones abiertos para mostrar su espectacular escote. En las piernas llevaba un culote rojo oscuro y calzaba unas botas rojas de cuero.

            - ¿Vas a salir de fiesta? - le preguntó.

            - ¿Para qué? - replicó ella -. Tengo la fiesta en casa.

            Se dio la vuelta y cogió un plato de encima de la cama. Olía bien, humeaba y tenía olor a carne.

            - Creí que tendrías hambre - dijo ella, ofreciéndole trocitos con la mano.

            - ¿Has cocinado para mí? - preguntó él, incrédulo.

            - Eres mi invitado, mereces que te trate con respeto. Sé muy bien lo que es pasar hambre.

            - Dime la verdad - la retó él antes de aceptar uno de esos trozos -. ¿Qué quieres de mí? 

            Lo masticó y le costó hacerlo, era carne muy dura y chiclosa y no sabía muy bien si era ternera o cerdo. Cuando logró tragar asintió con la cabeza. Estaba hambriento.

            - ¿Nunca te han dicho que te quieren por lo que eres, sin más?

            - Y qué soy.

            - Mi almuerzo - replicó ella, desganada.

            Miguel sonrió, incrédulo.

            - Ya estamos con la historia de que eres una vampiresa. A ver, dime, cómo te convertiste.

            - ¿Acaso crees que me importa que no me creas? - respondió ella, agarrando otro trozo cuadrado de carne y metiéndoselo en la boca.

            - Los vampiros no existen y tú estás chiflada - dijo él, antes de aceptarlo y masticar el pedazo.

            - Si te hace feliz pensar eso... - respondió ella, sonriente.

            Cuando logró tragar el gran pedazo, continuó protestando.

            - ¿Por qué me haces esto? Suéltame, podemos hablar, te juro que no me marcharé, pero déjame moverme, necesito caminar, me duele el trasero de estar sentado en el suelo.

            - Puede que te cambie la cadena de sitio si te portas bien. No fui tan amable con los anteriores, solo conseguí que gritaran y trataran de delatarme. Especialmente el dueño de esta casa. No soporto los gritos, pero admito que con ellos fui demasiado ruda. En cuanto entramos en casa me abalancé sobre ellos. Creo que con el tiempo he afinado mis técnicas de caza y por eso quiero llevarme bien contigo. No me gusta matar, sabes, pero tengo que comer cada día sin falta. Si no tengo la comida en casa, tengo que salir a buscarla y eso supone demasiado riesgo para mí.

            - ¿Por qué no comes sangre de rata o de cerdo?

            - Mi dieta es estricta. Si bebo sangre de un muerto, me moriría. Si bebo sangre de un viejo, mi aspecto sería de vieja. Necesito presas vivas de jóvenes como tú para mantener mi belleza.

            - ¿Todos los días tienes que beber sangre caliente?

            - Es una rutina. Pero prefiero no tener que salir, estoy experimentando contigo lo que con otros nunca salió bien.

            - ¿El qué? - preguntó él.

            - Te estoy hablando. Estoy siendo amable y te estoy dando de comer. No me duraban mucho los que no comían y se volvían histéricos si solo me veían como un monstruo. Me he dado cuenta de que puedo ser amable cuando tengo mucha hambre. Es como... un chico con el sexo. Mientras no consigue enrollarse con una chica, es encantador y promete lo que haga falta. Una vez satisfecho, muestra su verdadera cara.

            Miguel empezaba a creerse la historia de la vampiresa.

            - ¿Estás diciéndome que no habías hablado con nadie desde hace... trescientos años?

            - No, claro que hablo. Sé inglés, francés, alemán, español e italiano. Sin contar el rumano, por supuesto.

            - ¿Eres rumana? ¿De Transilvania? - Miguel soltó una carcajada.

            Samantha sonrió.

            - Sigues sin creerme - dedujo la chica -. Supongo que es mejor para tu salud mental.

            - Debes sentirte muy sola si es verdad lo que dices - dijo él.

            Ella cogió otro trozo de carne y se lo metió con fuerza en la boca.

            - Los sentimientos son para los humanos - replicó ella, malhumorada.

            A Miguel le costó tragar el trozo de carne. Ese tenía un nervio más duro y tuvo que masticarlo mucho tiempo. Cuando al fin logró pasar el pedazo añadió.

            - Si eso fuera cierto, no te habrías enojado con la pregunta. ¿O es que acaso te queda algo de humana?

            - ¿Cuántos años tienes, Miguel? - preguntó ella, eludiendo el tema.

            - Cumplo veintinueve el mes que viene.

            - Veintinueve... ya me parecía a mí que me veía más vieja... Aparentas menos, ¿cómo lo haces?

            - No lo sé, a veces me dejo barba para no parecer tan crío. Supongo que va por los genes.

            - No importa, no está tan mal. Siendo tan mayor me va a costar conseguir chicos más jóvenes. Vas a tener que sobrevivir hasta que te encuentre sustituto.

            - Y tú tendrás problemas si me pasa algo. Todos mis colegas estaban en la discoteca y saben que me fui con una chica pelirroja. La policía te buscará y se acabará tu juego vampiresco. ¿Crees que por ser capaz de matar y ponerte unos colmillos de pega puedes hacer lo que te de la gana? Estás chiflada, acabarás en la cárcel y allí sí que vas a saber lo que es hacerte vieja.

            - ¿Estabas con tus amigos? - preguntó ella, dejando de sonreír.

            - ¿Me dejarás marchar?

            - Claro, si prometes no contarle a nadie que una vampiresa te ha tenido cautivo - se burló, Sam.

            Miguel soltó una carcajada aunque por la cara de ella, parecía que nunca le dejaría marchar.

            - Aunque lo contara, ni yo mismo creo que lo seas. ¿Cómo me iban a creer los demás?

            - Deberías hacerte a la idea - añadió ella, tras un largo suspiro -. Nunca saldrás con vida de esta casa. Cuánto dure tu vida, depende de tu amabilidad. En cuanto me canse de ti, morirás.

            - No vas a matarme - retó Miguel, seguro de sí mismo -. Tienes miedo.

            Sam dejó caer el plato en el suelo, se abalanzó sobre él y le chupó en el cuello, en el otro lado donde le mordió el día anterior. El chico sintió los afilados y gruesos colmillos penetrando en su cuello causándole un dolor agudo. Sam succionó su sangre y Miguel empezó a marearse. La noche anterior le había mordido con sensualidad y casi le había dado placer sentir cómo se le escapaba la sangre lentamente. Sin embargo ahora ella estaba furiosa y eso le aterraba, forcejeó cuanto pudo pero esa condenada mujer tenía una fuerza colosal, apartar sus manos era tan difícil como intentar doblar barras gruesas de acero. El pánico le impidió gritar y cuando empezó a perder el sentido supo que, esta vez, ella no se detendría tan pronto.