La violeta muerta

2ª Parte

 

            Cuando volvió en si estaba en una cama de hospital, con tubos transparentes en la nariz, y tubos de sangre y suero enganchados en su brazo. Estaba tan débil que creía que volvería a dormirse de nuevo. Su abdomen ardía, era un fuego desagradable que le daba nauseas, pero no podía vomitar, no tendía fuerzas. Tenía la garganta tan seca que le dolía al intentar tragar. Sus ojos le dolían con la luz.

            Pero estaba viva y confusa.

            Sus ojos también ardían, debía tener fiebre. Repasó mentalmente lo último que recordaba haber pasado como si fuera la cura a sus dolores.

Había escapado del hospital recién recuperada de un prolongado coma. La habían encontrado en la calle, muerta de frío y la habían llevado de vuelta. Recordaba a un hombre que la había estado buscando durante años, un tal... Antonio Jurado. Aseguraba ser detective, pero lo sabía todo sobre ella. Todo. De alguna manera había entrado en su intimidad más profunda y le había arrebatado todos sus secretos, sabía que había matado a mucha gente y por ello trató de hacer un bien al mundo asesinándola en ese mismo hospital. Recordaba el filo del cuchillo rasgando sus entrañas, recordaba el frío suelo de hospital lleno de su propia sangre y sobre todo recordaba la angustiosa sensación de que pronto volvería al infierno.

            «Sigo viva.» - se dijo, sintiendo cierto placer con las sensaciones dolorosas de su cuerpo.

            Había más cosas en su memoria. En sus últimos instantes recordó cuánto mal había hecho y su corazón volvió a latir con fuerza, como incendiado por un dolor que nunca había sentido, un dolor nada físico. Había buscado a sus padres, les suplicó ayuda, quiso que la perdonaran pero entendió que habían olvidado lo que ella había sido para ellos. La veían como una carga y deseaban, merecidamente, que se muriera. Recordó a su amigo Juan, que cuando averiguó que estaba viva, y fue a verla, por fin se había dado cuenta de qué clase de persona era ella: una asesina sin escrúpulos. Su última víctima había sido un médico y paradójicamente, era el padre de una amiga suya. Para ella era difícil arrepentirse de esa muerte ya que para ese hombre ella ni siquiera era una persona, era un ratón de laboratorio. Ese asesinato provocó que Juan la odiara para siempre. Se olvidaría de sus conversaciones astrales y solo recordaría que había estado tentando a la muerte al invocarla varias veces.

            Esos recuerdos hacían que su pecho ardiese más fuerte porque sabía que no merecía otra oportunidad. Todos tenían razón, era un monstruo sin redención. Sin embargo, antes de perder la consciencia había pronunciado unas palabras que creía que jamás pronunciaría. Pidió perdón a Dios y lo hizo con el corazón. Luego perdió la consciencia y soñó algo extraño, soñó que se llevaba a su ejecutor al infierno pero no tenía claro si era real o meramente un sueño.

            El odio y la sensación de ser un monstruo con ansias de venganza volvían a dominarla. Se había arrepentido de todo lo que había hecho y un instante después se vengó de su ejecutor. ¿Cómo iba a ser perdonada?

            Pensó:

            «Cuando haces algo mal y lo conviertes en rutina, terminas por ignorar la voz de tu conciencia como si pudieras creer que puedes hacer cosas buenas sin tener en cuenta las malas. Hasta que un día alguien descubre lo que has hecho y quieres demostrarle que puedes cambiar, que puedes redimirte. Pero es imposible cambiar, no después de tantos años intentando hacerlo»

            Se sentía vacía por dentro, como si supiera que ese inspector, detective o lo que fuera, tuviera razón al intentar acabar con ella. Por mucho que lo sintiera, por mucho que se arrepintiera de matar, sabía que tarde o temprano volvería a hacerlo. Se sentía poderosa al haber acabado con esa persona, el único ser humano que había logrado entenderla tal y como era, un monstruo con apariencia angelical. Ese hombre creía que la única forma de detenerla era enviándola de nuevo al infierno así que ella no sintió remordimientos por aplicarle a él su misma medicina.

            Aunque si hubiera sabido todo sobre ella no pensaría que la muerte la podría detener. Seguramente, aún muerta, podría seguir ejecutando a las personas que la invocaran. ¿Acaso no lo sabía ese estúpido arrogante? En el infierno sería la esclava del Gemelo, sin voluntad, y sería mucho más letal. No tendría miramientos y mataría a culpables e inocentes. Ahora que estaba viva podía matar a los que, según ella, se lo merecían.

            No, no tenía remedio, su odio era demasiado intenso, siempre sería esclava de él. Aquel sentimiento ardiente eran las cadenas que la esclavizaban del Gemelo y nunca sería libre de ellas.

            Volvió a quedarse dormida sin darse cuenta.