La violeta muerta

1ª Parte

            - Lo siento - dijo, aterrorizada, sintiendo que la vida se le escapaba por los labios y la herida.

            - Díselo a alguien que se lo crea - replicó el inspector, con una expresión de odio en su rostro mientras hundía el cuchillo en su abdomen.

            Verónica cayó al suelo, sin fuerzas, y sintió el golpe de su cara contra los fríos azulejos. Su ejecutor se marchó de la habitación y la dejó agonizar a solas. La vida se le escapaba lentamente, como la sangre que empapaba su bata y recorría el suelo. Se sintió mareada, sentía que apenas le quedaban unos segundos de vida.

            - Dios mío... - susurró, desde el suelo, con los ojos encharcados en lágrimas -. Perdóname.

           

            Su visión se oscureció por completo y escapó de la prisión de su cuerpo justo antes de perder la consciencia. Vio su cuerpo tirado en el suelo, como un trapo sucio, y poco a poco la sangre fue extendiéndose. La visión de su propia muerte no le causó horror, solamente la certeza de que todo había acabado y que pronto iría al infierno.

            El tiempo comenzó a hacerse elástico. Antes de ser apuñalada pudo ralentizarlo y recorrer todo el hospital, ahora que estaba agonizando, podía ver las agujas de los relojes moviéndose a ritmo frenético. Cuando salía de su cuerpo a veces podía manejar la velocidad del tiempo pero otras ocasiones, como esa, el tiempo se le escapaba de las manos porque cada segundo era vital.

            Escuchó una llamada, alguien la estaba invocando en un espejo y ese alguien era su mismo asesino.

            - Piensas que no acudiré... - dijo, enojada, apretando los puños y con expresión de odio -. Crees que has terminado conmigo...

            Acudió a la llamada pero no se dejó ver. Ese patético detective estaba mirando al espejo con ansiedad y miedo, justo los dos ingredientes que necesitaba para atraerlos a la puerta del infierno. Pensó hacer una aparición terrorífica pero le vino a la cabeza la imagen de Juan, rechazando ayudarla porque había matado al padre de su amiga. Sin embargo ella estaba tan familiarizada con el terror y la muerte que sonrió y se dejó llevar por el odio. Pensó que ese detective necesitaba un escarmiento por atacar a una pobre chica indefensa a traición.

            Sin embargo se sentía liberada de algún modo. La certeza de la muerte y de que pronto pagaría por todo lo que había hecho le daba terror y al mismo tiempo alivio porque ya no había esperanza para ella y la poca esperanza de que su suerte pudiera cambiar se estaba diluyendo a la misma velocidad que su propia vida en aquel hospital. La esperanza podía ser dolorosa y perderla significaba quitarse toneladas de peso de encima, el peso de la conciencia no atendida.

            Antonio estaba sobre el espejo, parecía casi abrazado a él. Su aliento era cálido y el cristal comenzó a nublarse con el vaho. Ella sonrió y escribió con la punta del dedo índice lo que le salió de dentro.

            - Gracias. Verónica.

            Entonces el hombre rompió a llorar, arrepentido, y le pidió perdón tres veces. Ella le miró inquisitivamente. Puede que se arrepintiera, pero la había matado. Había atravesado sus entrañas con un cuchillo, había acabado con su vida cuando más indefensa estaba... ¿Quería que le perdonara? ¿Es que ese miserable no tenía la seguridad de que había hecho lo correcto?

            Colocó la mano en el espejo y esperó pacientemente a que él hiciera lo mismo. El fuego de su odio la consumía y se metió en su mente para convencerlo de que era una mano amiga, que podía despedirse de ella uniendo su mano.

            El muy estúpido se dejó llevar y puso su mano sobre el espejo. Verónica dudó, si algo no era ese hombre, era estúpido. Al meterse en su cabeza pudo sentir lo que él sentía, dolor y miedo. Pero también supo que al matarla a ella se había matado a sí mismo y su vida había perdido gran parte de su sentido. Se dio cuenta de lo importante que era para él su mera existencia. Había sacrificado mucho por mantenerla con vida, él había pagado los gastos hospitalarios y se había hecho ilusiones de que no tendría que matarla. Ese hombre había matado sus sueños al atravesarla con su cuchillo y ahora no tenía claro qué quería hacer. Era un coyote que había matado a su correcaminos. Ahora nada le ataba a este mundo.

            Ella le agarró y tiró de él con fuerza llevándose cuerpo y alma al otro lado del espejo. Se quedó fascinada porque nunca había podido llevarse a nadie vivo. ¿Sus poderes seguían aumentando? O aquella sumisión tan absoluta, aquel vacío interior, habían propiciado que ni siquiera su cuerpo quisiera quedarse en ese mundo.

            El shock que le produjo fue tan fuerte que Antonio perdió el sentido. Verónica sabía que si despertaba no tendría poder sobre él. Nunca antes había visto a nadie con cuerpo y alma a ese lado del espejo, a excepción de si misma. Ni siquiera el Gemelo estaba completo a ese lado.

            - Tendrás que apañártelas solo en el infierno – le dijo, con cierto temor.

            Lo arrastró hasta la puerta, le metió dentro y luego cerró tras él. Ella no entraría, no... Jamás volvería a ese lugar, a menos que alguien la obligara a hacerlo.

 

 

 

            Una sacudida eléctrica le hizo sentir un dolor terrible en el pecho. Se vio arrastrada súbitamente a su cuerpo por ese intenso dolor.

            - Sigue con nosotros, pequeña - dijo la voz de un hombre.

            Aún estaba viva.

            Otra sacudida. La estaban reanimando con electroshock. Esta vez el dolor fue tan intenso que no pudo salir de su cuerpo antes de perder por completo la consciencia.