La sombra de Verónica

1ª parte

            La capucha negra cubría su cabeza y tenía gruesos guantes de cuero en las manos. El verdugo aguardaba a que el tambor de la última hora cesara su fúnebre ritmo. Ante él tenía a una mujer, otra víctima de la inquisición española a la que varias personas habían acusado de verla sacrificar animales para conseguir los favores del Diablo.

            Estaban leyendo una oración en latín y cuando pronunciaran "Amén" el tambor se silenciaría y la harían reclinarse sobre el gran tronco para que él pudiera acabar con su vida de forma instantánea. Había dado muerte a mucha gente, que él no consideraba personas sino un modo de ganarse la vida. Si el hachazo no caía con determinación el hueso espinal no se cortaba del todo y necesitaba sujetar el cuerpo con la bota para sacar el hacha y dar un segundo golpe. Le había pasado una vez y fue desagradable. La sangre salpicó al público y algunos vomitaron. El condestable le pagó la mitad y no le volvió a llamar hasta dos meses después.

            No era un empleo agradable aunque cuando era joven admiraba a esos señores encapuchados que tenían en la mano el instrumento de la venganza del pueblo.

            Ahora no creía en esa justicia, aunque esa mujer fuera culpable de matar pájaros no merecía semejante castigo. Pero le daba igual, necesitaba ese trabajo y por tanto él cortaría cabezas mientras alguien le pagara por hacerlo.

            La mujer no parecía estar arrepintiéndose de nada, más bien al contrario, miraba a la gente de la plaza con actitud retadora.

            La oración en latín se terminó y los tambores cesaron.

            — ¿Tiene algo que decir antes de su ejecución? —preguntó el sacerdote.

            — Yo os maldigo a todos. Mi señor no dejará que su sierva muera, moriréis antes que yo.

            Al parecer no era tan inocente, pensó el verdugo. Mejor, cuando las víctimas de su hacha mostraban las uñas era más fácil ejecutarlas, su conciencia se apaciguaba con pensar simplemente que estaba haciendo justicia.

            La gente de la plaza murmuró con temor y algunos se santiguaron para repeler la maldición. Nadie se tomaba a broma las amenazas de una bruja. Ésta había confesado sus prácticas satánicas y su actitud desafiante no daba lugar a dudas. Nadie ponía en entredicho su culpa, el hacha sería instrumento de justicia divina y dormiría muy bien esa noche.

            Pero era tan joven... Estaba indefensa y todo el odio que les procesaba era la lógica reacción de quien se ve rechazado por el mundo. Ahora él estaba a punto de acabar con su vida y nunca sabría si de verdad era una bruja o sólo pretendía asustar a todo el mundo como inocente venganza de alguien desesperado.

            — Es la hora. Que Dios acoja tu alma impura —oró el sacerdote.

            Elevó el hacha hasta que ocultó el Sol y luego dejó que la fuerza de Dios actuara, empujando su instrumento de muerte con su propio peso hasta el cuello de la rea. El filo atravesó su piel como mantequilla caliente y el hacha se incrustó dos centímetros en el leño donde reposaba. La cabeza cayó al cesto con tan mala fortuna que su cara quedó mirando al Sol.

            Detestaba que cayeran así, sus ojos aún se movían y se clavaron en los suyos con una mueca de terror infinito, mientras el brillo de su vida se volvía opaco. Su oficio era el de albañil de la muerte lo que le exponía a enfrentarse a los últimos segundos de vida de sus víctimas. No pudo dejar de mirarla hasta que la bruja perdió la consciencia para siempre y los ojos bizqueaban en una posición imposible.

            Sin decir nada los soldados cogieron el cuerpo y lo pusieron sobre una sábana blanca. La cabeza la metieron en un saco de lino negro y luego la colocaron con el cuerpo antes de envolver todo junto. La echaron al carro en el que la trajeron mientras el gentío se disolvía, excepto los más curiosos que no perdían detalle de lo que hacían.

            — Toma —dijo el sacerdote acercándose a él—, buen trabajo.

            Le entregó varias monedas de bronce que contó laboriosamente sobre su mano.

            —… Y treinta. Volveremos a avisarte si te necesitamos.

            — Cuando me necesitéis —respondió.

            Su respuesta no fue entusiasta ni pretendía que lo fuera. Ese era un trabajo tan bueno como cualquier otro y le daba dinero suficiente para pagar la comida y la leña que necesitarían en invierno, pero prefería poder ganarse la vida labrando el campo o segando cosechas si es que el trabajo no fuera tan escaso y los grandes señores no pagaran tan poco.

            De camino a su casa, que estaba a las afueras de Toledo, fue incapaz de dejar de pensar en los ojos de aquella bruja antes de morir, cuando su cabeza ya estaba separada de su cuerpo. Cuando parpadeaba la veía llorar como una chiquilla y sentía que con sus lágrimas le preguntaba por qué lo había hecho.

            — Has jugado con fuego y la justicia ha caído sobre ti, eso es todo — explicó, como si pudiera oírle.

            Y la bruja no respondió. Debía estar agradecido con eso ya que si lo hiciera se llevaría el susto de su vida.

            Cuando llegó a su casa dejó el fardo del uniforme de trabajo junto a la puerta y llamó a su mujer.

            — ¡La cena! Estoy hambriento.

            Esperaba que Sandra saliera de la cocina y le anunciara que la serviría en un momento, pero no hubo respuesta. Salió por la puerta de atrás y la encontró dando de comer a las gallinas.

            — Mujer, espabila, me muero de hambre.

            — ¿Qué tal fue la ejecución? —preguntó ella, servicial, mientras se limpiaba las manos de las migas de pan duro que acababa de repartir en el gallinero.

            — No quiero hablar de eso, ha sido horrible.

            Sandra suspiró y se acercó a él. Le abrazó y él la rodeó con los brazos sin apretar demasiado.

            — Necesitamos el dinero, pronto llegarán la temporada de vendimia y no necesitaremos que sigas haciendo de verdugo.

            — Aunque vaya, si surge una ejecución no puedo rechazarla. Sino, luego no volverán a llamarme.

            — ¿A que no sabes qué? —le interrogó ella, sonriente.

            — ¿Qué?

            — Estoy encinta.

            — ¿En serio? —preguntó sorprendido pero sin mostrar alegría alguna—. Vaya, una buena noticia. Otra boca más que alimentar.

           

            La alarma de su mesita de noche sonó y Rebeca despertó perezosamente y la apagó. Aún recordaba la mirada de pánico de aquella bruja y el calor amoroso de Sandra entre sus brazos, pero era evidente que no era un rudo verdugo de la época medieval, en la provincia de Toledo. Ni siquiera vivía cerca, ella era de Madrid, tenía diecinueve años y no pasaba de los cuarenta kilos.

            Se frotó los ojos y trató de encontrar un significado a ese sueño.

            — Vaya noche... —protestó.

            Rebeca veía muertos, los encontraba por todas partes desde que fue al pueblo y conoció a sus misteriosas tías. Nunca había visto mujeres más extrañas y aterradoras, su padre no parecía ver nada raro en ellas, pero sólo con conocerlas se le pusieron los pelos de punta. Llevaban huesos de animales muertos colgados del cuello como si fueran adornos bonitos. Sus dientes estaban podridos y sus voces eran estridentes y desagradables. Se pasaban el día gritándose bromas graciosas, que sólo las hacían reír a ellas.

            Un día, sorprendió a sus tías colocando velas alrededor de un espejo y, cogidas de la mano, invocaron un nombre hasta nueve veces. Uno que nunca olvidaría, Verónica.

            Pero aquello también ocurrió el año pasado y no sabía por qué lo había recordado justo ahora... Después de soñar que ejecutaba a una bruja.

            — Claro —dedujo—. Quizás en mi subconsciente lo que deseo hacer es matar a mis tías, por excéntricas y locas. Seguro que lo de los muertos me pasa por su culpa.

            Se sentó y se estiró bostezando. Se vistió y se preparo su tazón de café con leche, se cortó un trozo de bizcocho y desayunó en la mesa de la cocina mientras su padre se levantaba y pasaba a su lado.

            — Buenos días hija —saludó con la misma vitalidad que un zombi.

            — Hola papa, ¿quieres un trozo de roscón?

            — No, sólo quiero dormir... Odio trabajar.

            — Y yo odio la universidad, pero no se puede tener todo en esta vida sin sacrificios —recitó, imitando su voz.

            Su padre se sentó junto a ella en la mesa y colocó un par de panes en la tostadora. Se sirvió café y unas gotas de leche y bebió.

            — He tenido un sueño raro —comentó Rebeca.

            — ¿Ah sí? ¿Otra vez pesadillas con el pueblo?

            — No, he soñado que era un verdugo y que me tocaba matar a una bruja.

            — Vaya, qué truculento.

            — Sí, fue desagradable.

            — ¿Hemos tenido antepasados toledanos? —inquirió Rebeca, con curiosidad.

            — No lo sé, perdí la pista a nuestros ancestros con el bisabuelo Fernando. Y francamente, siempre pensé que todos mis antepasados eran de Galicia. ¿Crees que has soñado con algún tátara abuelo tuyo? No seas boba.

            Rebeca sonrió pero siguió dándole vueltas a su sueño.

            — No sé, era muy real.

            — ¿Lo ves? —replicó su padre—. Yo me despierto cada día pensando que no puede ser verdad la vida que tenemos. Es así de triste, solo los sueños parecen reales.

            Recordaron juntos la muerte de su madre, que un cáncer les había arrebatado un año atrás. Aún les dolía hablar del tema, incluso omitirla de sus conversaciones porque ya no estaba con ellos, como en esa ocasión. Rebeca revivió aquel día del funeral, cuando la llevaron a enterrar al pueblo y tuvo que conocer a sus tías.

            — Sólo digo que es posible que fuera real. ¿Te imaginas que pudiéramos elegir ver la vida de la persona que queremos ver cuando nos dormimos? ¿Y si... No sé... yo quisiera saber qué fue lo que hicieron nuestros antepasados para que nos persiguiera la desgracia?

            Su padre la miró con tristeza y puso su mano sobre su antebrazo.

            — No nos están castigando por nada, Rebeca. La muerte es parte de la vida, hasta la prematura. No le des más vueltas, no hay ninguna razón por la que mamá muriera. Simplemente llegó su hora, como llegará la mía y la tuya. Lo único que podemos hacer es aceptarlo y si no lo hacemos, mamá no podrá descansar tranquila.

            — No era su hora, papá —replicó ella, con lágrimas en los ojos—. No tenía que irse tan pronto, no debía morirse así...

            — Te obstinas en buscar respuestas a preguntas que no puedes comprender. Haz como yo, intenta superarlo... Aunque tú deberías tenerlo más fácil.

            — ¿Yo por qué? —inquirió.

            — Porque un día te casarás y tendrás tu vida. Puedes ser feliz de nuevo.

            Ella miró a su padre apenada. Aunque nunca lloraba le veía triste, se había convertido en la sombra de si mismo desde que su madre murió. Antes gastaba bromas, canturreaba con voz de gallo desafinado y se pasaban el día riendo. También discutían, como todas las familias, pero ahora no las tenían nunca y no prefería estar así. Si pudiera cambiar el tiempo, iría atrás y sacaría el tumor de su madre cuando aún era curable... Pero el pasado era imborrable, debía aceptarlo. Aunque su subconsciente se empeñara en viajar en el tiempo buscando alguna respuesta, si es que era eso lo que había pasado esa noche.

            Cuando se vistió y fue a la facultad, se quedó dormida en el metro y en cuanto cerró los ojos vio de nuevo la cabeza de la bruja mirándola fijamente y con odio. Despertó bruscamente y respiró agitadamente. Otra maldita visión de muertos... ¿Cuándo se iban a acabar?

            Al salir de la estación pasó junto a una librería y en su escaparate leyó varios títulos de libros. Siempre lo hacía, le encantaba leer y pensó que si veía uno interesante podía pedírselo a su padre para su cumpleaños.

            Ninguno le interesó, ya se los sabía todos de memoria y no añadieron ninguno nuevo aquel día. Pero al alejarse del escaparate vio un cartel en una farola que logró captar su atención y se quedó mirándolo detenidamente.

 

 

 

 

 

Comentarios: 11
  • #11

    Gisela (lunes, 30 diciembre 2013 19:58)

    Me gustaría invocar a Verónica i acabar con mi sufrimiento.

  • #10

    Anii (sábado, 07 septiembre 2013 20:32)

    Me encantaa

  • #9

    u=24687 (domingo, 28 abril 2013 23:08)

    I shared this upon Twitter! My pals will really want it!

  • #8

    Antonio J. Fernández Del Campo (viernes, 13 julio 2012 13:20)

    He corregido las redundancias de esta parte.

  • #7

    carla (domingo, 24 junio 2012 04:23)

    Me alegra que empezaras esta hace tiempo que la estaba esperando :D Empezo muy bien, espero la continues pronto :)

  • #6

    Antonio J. Fernández Del Campo (viernes, 22 junio 2012 11:46)

    A.B. Tienes razón, debí quitar la encuesta cuando me puse a escribir la que creía que iba a ganar... Pero ¿quién iba a imaginar que se daría la vuelta al resultado?

  • #5

    Lyubasha (jueves, 21 junio 2012 23:22)

    Este primer capítulo me ha gustado mucho. A ver qué sucede en los próximos.

  • #4

    melich (jueves, 21 junio 2012 23:02)

    si no mal recuerdo esta historia era la que se llamaba miedo, esta bien interesante.....

  • #3

    naruto7 (jueves, 21 junio 2012 18:26)

    Tiene buen inicio y la trama también es buena, espero la continuación pronto

  • #2

    A.B (jueves, 21 junio 2012 18:21)

    Me decepciona que no se haya respetado la decisión que dio de ganadora a "Miedo" pero bueno... regular...

  • #1

    Antonio J. Fernández Del Campo (jueves, 21 junio 2012 17:12)

    Escribe aquí las impresiones iniciales que te ha causado esta primera parte.