Un ángel en el tejado

Viernes, 8 de Febrero de 2013, 0:39:18:

 

 

 

 

 

                Soy de los que pensaban que los únicos ángeles que existían son las modelos de las pasarelas.

                Me llamo Manuel y tengo 37 años. Escribo esto porque he visto un ángel.

                Vi a una mujer vestida de camisón blanco con su cuerpo esbelto oculto por la fina tela de su ropa de dormir. Miraba hacia abajo desde el ático, con tristeza justo frente a mi ventana. Cuando nuestras miradas se cruzaron ella sonrió mostrando la más dulce de las sonrisas y me saludó con la mano. Dijo algo con sus labios pero como tenía la ventana cerrada no pude escucharla.

                La abrí intrigado y le grité que no la había oído. Ella, sonriendo, se subió al borde del balcón y saltó sin responder.

                Me llevé tal susto que marqué inmediatamente el número de la policía antes de mirar abajo. No quería verla, acababa de conocer a la chica de mis sueños y ésta se había suicidado; estaba consternado. Entonces la policía me pidió información adicional, como la dirección  de la suicida y tuve que mirar abajo. Cuando lo hice no vi nada más que un jardín vacío.

                — Disculpen agentes —balbuceé, casi sin habla —. Ha debido ser una alucinación.

                — ¡Malditos drogadictos! —me gritó la telefonista. Y me colgó.

                Bajé corriendo a la calle y me alegré tanto de no ver ningún cuerpo que me entraron ganas de llorar de alegría. La gente pensaría que estaba borracho pero me sentía feliz mientras me preguntaba si sería un ángel que saltó para emprender el vuelo.

                Decidí que era mejor no dar más espectáculo y volví a mi casa. Pensé que sería alucinante volver a ver a esa chica y sobre todo poder preguntarle por lo que me había dicho. Si no era un ángel era alguien que podía volar y eso es más difícil de creer. No tenía alas pero de algún modo yo sabía que era un ángel.

                Pasaron varios días, no recuerdo cuantos, cuando me crucé con ella en el metro. Estaba en el andén, mirando a las vías con la mirada perdida y triste. Esta vez vestida con vaqueros y blusa blanca y me acerqué a ella con intención de hablarle. No pude quitármela de la cabeza en todo ese tiempo. Me quedé junto a ella, de pie, mirando las vías sin atreverme a decirle nada, ¿Se acordaría de mí?

                Entonces se volvió y me habló.

                — ¿Por qué no les importa?

                Me la quedé mirando fascinado porque me reconoció y sonreí, tratando de animarla.

                — Son tantos gritos que no puedo soportarlo —continuó—. Los hombres no los callan y son sus propios hijos.

                Miré hacia las vías temiendo que saltara. ¿Me había enamorado de una loca que de algún modo volaba? Lo que no estaba tan claro era si sobreviviría al atropello de un metro. Deseaba saber su nombre. Pero ella preguntó primero.

                — ¿Matarías a tu propio hijo? — Inquirió.

                — Lo siento, no tengo.

                — Un padre y una madre saben lo que quieren sus niños. Cuándo están bien y o mal con solo estar a su lado o escuchar su voz y es porque son una misma cosa desde el momento de su concepción. No necesitan preguntárselo, sus corazones son uno solo. Un padre hace lo que sea por llevarle comida todos los días, antepone la salud de sus hijos a la suya propia. Entonces, ¿por qué no escuchan sus gritos? ¿Por qué continúan sus vidas y nadie les ayuda?

                — ¿A quién? — Pregunté, dolido por la expresión de sus ojos tan triste.

                — A los niños.

                — ¿Cuáles? — Protesté —. ¿Has oído unos gritos? ¿Dónde?

                Ella me miró compasiva y sin decir más sonrió.

                — ¿Cómo te llamas? — me atreví a preguntar.

                — Vida.

                — ¿Qué clase de nombre es ese?

                — Ya sabes que soy un ángel.

                De algún modo la creía aunque no la hubiera visto saltar desde el tejado. Su rostro era la imagen de la belleza pero su tristeza hacía que me dieran ganas de llorar.

                — ¿Y has escuchado gritar a niños? — insistí —. ¿Dónde?

                — En todas partes, los que han arrancado del vientre materno.

                Cuando dijo eso me callé. ¿Acaso podía escuchar los gritos de los niños que no habían nacido? Claro, era un ángel. Lo que no podía creer es que éstos pudieran gritar. Siempre pensé que son como seres humanos dormidos que no sienten ni padecen. ¿Por qué iban a gritar?

                — Ven conmigo — dijo.

                — Espera, tengo que ir a trabajar...

                — No tienes que ir porque prefieres estar conmigo — cortó ella con tal dulzura que me sentí incapaz de coger el metro que se detuvo justo en ese momento frente a nosotros.

                Dejé sonar el silbato y las puertas se cerraron. Me quedaba con ella,... O eso pensaba yo.

                Me tendió la mano y la sentí fresca, suave y fuerte. Cuando noté su contacto me maree y perdí el sentido de la orientación. Sentí que tiraba de mi mano y cuando volví a ver algo estábamos en un parque.

                — Mira eso — señaló a un niño que se balanceaba con mucha fuerza en un columpio.

                La madre estaba hablando con otra mujer y apenas ponía atención a su hijo. Al menos pensé que debía ser la madre porque miraba repetidamente al niño, de reojo.

                De repente el crío se cayó por la fuerza del impulso y salió volando varios metros hacia delante. La madre dejó su conversación un instante correr hasta él. Se rompió los tacones de los zapatos pero nunca vi una habilidad semejante. El niño cayó en sus brazos, llorando por el susto y la madre lo sostuvo con cariño no sin regañarle por ser tan bruto.

                — Increíble, lo salvó de una caída muy dolorosa — opiné.

                — Ese niño no ha gritado —me explicó Vida—... porque su madre no le ha dejado caer. Fíjate —señaló a la mujer—, esos zapatos le costaron 80 euros la semana pasada, la chaqueta de lana se la ha rasgado por tirarse al suelo y se ha hecho cortes en varios sitios. Pero está bien, le ha salvado y eso le da energía para regañar al niño. Durante esos instantes que saltó a salvarlo no se fijó si en el suelo había piedras o cristales. No se preguntó qué haría con esos zapatos nuevos rotos y lo que su marido le diría cuando los viera así. ¿Sabes? Esas cosas no se piensan porque lo más importante es la vida y la seguridad de tu hijo. Todo lo demás se arreglará de un modo u otro.

                — ¿Entonces los niños que gritan quienes son? — pregunté —. ¿Acaso los huérfanos?

                — No, ellos no tienen a nadie que les escuche. Los que gritan buscan el auxilio de sus madres que no quieren escucharles aun estando dentro de ellas, sintiendo cada latido de su corazón. Éstas no les escuchan, pero ellos no tienen a nadie más.

                — ¿Podemos ir a ayudarles?

                — No, solo ellas pueden.

                — ¿Y por qué no lo hacen? ¿Qué clase de madres son?

                — No quieren pensar en ellos y que al quedar embarazadas tienen al ser más indefenso del mundo bajo su responsabilidad y que ellas son su refugio, si quisieran oírles sabrían que nada importa más que protegerlos hasta que nazcan. No quieren asumir la verdad, creen que no pueden hacerse cargo de tanta responsabilidad, que el niño aún no existe y como no puede pensar, tampoco es capaz de sentir.

                Al menos eso se dicen para soportar la carga de su conciencia. Piensan en si mismas, en lo duro que es ser mujer, en los peligros que tiene el mundo y que no quieren darle al niño un destino miserable. Creen que borrándolos les hacen bien porque así no pasarán necesidad. No sufrirán humillaciones por no tener qué comer. Creen que es mejor que nadie se dé cuenta de que existen. Pero ellas saben que están ahí.

                — Esas mujeres no tienen la culpa de...

                — Nunca podré perdonar al ser humano mientras este mundo no haga algo para evitar esas barbaridades —no quiso escucharme Vida—. Si todos pudieran oírles se les estremecería el alma. ¿Cómo te sentirías si vas a un lugar maravilloso y te sientes seguro, en el cielo y de repente tu madre ordena que te maten? Puede que no sepas que fue ella, que no te enteres de tu muerte y que fuera sin dolor, pero cuando llegues a las puertas del cielo y te enteres de que fue así como moriste. ¿Qué sentirías?

                — Me enfadaría con ella bastante, supongo.

                — Nadie puede entrar al cielo con odio —añadió Vida, con lágrimas en los ojos—. Gritan tan fuerte que me rompen el corazón.

                — ¿Y qué dicen?

                — ¿Por qué no me quieres? —Susurró.

                Me quedé sin habla. Sentía el dolor por la expresión tan triste de su rostro. Entendí por qué se me había aparecido y desde ese momento no fui capaz de ocultar mi profesión. Me sentí como un criminal despiadado que un día abre los ojos y se da cuenta del daño que ha hecho.

                — Trabajo en una clínica abortiva — le informé —. Nunca lo vi así, pensé que se les estaba ayudando a las jóvenes sin recursos. Me dedico al mantenimiento informático de las bases de datos.

                — Sé que eres Manuel —me confesó muy seria—. Espero que a partir de ahora sepas quién eres tú.

 

                Cuando dijo eso aparecí en el metro, recién despertado, de camino a mi trabajo. En realidad no la había visto... ¿o sí?

                Llegué medio zombi a mi oficina y por primera vez en mi vida pensé en lo que estaba haciendo cuando corregía el programa. Trataba datos de miles de chicas que habían abortado. Contenía su información personal, todas sus fotos, sus tristes historias. Nunca antes me había entrado curiosidad por conocer ninguna y creí que debía llamar al menos una de ellas.

                Fui al registro diez mil y encontré la ficha siguiente: Samoa Sánchez Jiménez, 18 años,  en el paro, estudiante y sin novio. Su familia era de origen humilde. Abortó hacía dos años. Cogí su teléfono y llamé impulsivamente sin pensar.

                — ¿Diga? — Era una voz joven y alegre.

                — Samoa Sánchez — contesté con voz grave.

                — Sí dígame — respondió ella con educación.

                — Estoy realizando una encuesta, ¿me concede un par de minutos?

                — ¿Sobre qué?

                — El nivel de vida de las jóvenes españolas —improvisé.

                — Ah, de acuerdo.

                — ¿Trabaja actualmente?

                — No, estoy estudiando derecho.

                — ¿Se ha independizado o sigue viviendo con sus padres?

                — Vivo con unas amigas. Y saco algo de dinero los fines de semana, de camarera.

                — ¿No tiene trabajo estable y se ha independizado?

                — No, me echaron de casa.

                El tono de ella cambió radicalmente, me di cuenta de que debía tener cuidado aunque me interesaba saber más de ella.

                — ¿Puede decirme si sus padres pagan su universidad?

                — Ni siquiera mi comida.

                — Lo siento mucho, señorita, ¿puede decirme el motivo?

                — No, eso es un tema personal. No me gusta hablar de ello.

                — ¿Fue debido al aborto que contrató en la clínica "La jungla", de Madrid? — Pregunté, pensando que si me sinceraba podía sacar algo más.

                — ¿Qué? — Se escandalizó.

                — Verá, es una encuesta a las chicas que han abortado para conocer su nivel de vida medio y si han tenido consecuencias lo que han hecho. Es por informar a futuras chicas en situaciones similares.

                Se quedó muda.

                — No quería importunarla, ¿podemos continuar el cuestionario?

                No respondió. Quizás no me creía y no la culparía de ello, dado que no miento muy bien.

                Al cabo de un minuto tenso y largo volví a escucharla.

                — Continúe, por favor.

                — Sé que es una situación muy delicada y que nadie lo pasó peor que usted...

                — Por favor cíñase al cuestionario — me cortó seca.

                — ¿Fue el aborto la causa de su conflicto con sus padres?

                — Efectivamente, lo fue.

                — ¿Cuál fue la razón que la llevó a tomar tan dura decisión?

                — Que tenía dieciséis años, que mi novio era un irresponsable y me habría dejado... Que al final me dejó igual. Me ha ahorrado infinidad de problemas. No quiero ni pensar cómo sería mi vida con el niño a cuestas.

                — ¿Y qué le diría a una chica en su misma situación? ¿Que debe abortar?

                — La dejaría en paz.  Que tome sus propias decisiones.

                — ¿Usted no lo hizo?

                — Mis amigas me decían que no fuera idiota, que abortara, que ese niño iba a destrozarme la vida.

                Sentí que se le quebraba la voz.

                — ... Escuchaba a otros llamar asesinos a los que abortan y les odié. ¿Acaso sabían ellos lo que yo estaba pasando? Me sentí tan arropada por mis amigas que lo hice sin pararme a pensar en lo que yo quería.

                — ¿Y qué era? — Le pregunté.

                — No lo sé... Era increíble que una persona viviera dentro de mí... Pero me agobiaba imaginarme con un bebé cuando mis amigas fueran de marcha, y no tenía ni trabajo... Mis padres me habrían ayudado, no estaría sola...

                Escuché como se limpiaba con un pañuelo. Alguien a su lado le dijo algo y no entendí lo que contestó.

                — ¿Entonces abortó por influencias externas?

                — No, tomé mi propia decisión. Quería seguir llevando la misma vida, como si nunca hubiera pasado y pensé que abortar solucionaría el problema, igual que extraer una muela. Sabía que sería doloroso para mí pero lo superaría. Tengo amigas que lo han hecho hasta dos veces y no les importaba.

                — ¿Y lo superó?

                — Si no pienso en ello. Pero no pasa un día sin que me lo imagine a mi lado. Siento que desde ese día... nada de lo que hago importa. Aunque me estoy acostumbrando y sé que lo superaré cada vez que veo un niño de dos años me pongo a llorar.

                — Entonces, ¿qué les diría a otras chicas?, ¿que deberían abortar o no? Es una pregunta que tengo aquí, disculpe si le importuno.

                — Les diría que nadie va a tener que vivir con su decisión salvo ellas.

                — Entonces, ¿se callaría? — Pregunté, intentando empatizar.

                — Todos creen que pueden juzgarte o darte consejos.

                Me quedé sin palabras. Intenté inventarme otra pregunta pero creo que ya tenía todo lo que quería oír. Sin embargo se me ocurrió una.

                — Una última pregunta, Samoa.

                — Sí, dígame.

                — ¿Usted sintió que el niño que llevaba en su seno sabía lo que iba a hacer cuando fue a abortar?

                — No.

                — ¿Puede explicarse? Necesito su explicación.

                — Era del tamaño de una pera, yo no sentía nada salvo las náuseas.

                — Obviamente, ¿pero no sintió que se comunicaba de algún modo con usted?

                — No quiero recordar eso, disculpe —su tono de voz denotaba que estaba a punto de explotar. Tocaba un tema muy sensible y quería escucharla.

                — Por favor, puede servir de guía a tanta gente...

                — Yo no puedo ayudar a nadie.

                — Su testimonio sería determinante para que una chica tome su decisión en el futuro.

                — Mi bebé sentía alegría cuando yo me alegraba —finalmente explotó —. Creo que al ir a la clínica algo lloraba dentro de mí, seguramente mi conciencia, me pedía que no lo hiciera o me arrepentiría toda la vida. Lo hice, a pesar de todo, pensando en que no quería un cambio tan grande para mí, que no podría con los gastos, que mis padres me matarían si se enteraban de mi embarazo y no me daba cuenta de que el cambio era inevitable, dejándolo nacer o no. Pero no me arrepiento, no era el momento de ser mamá.

                — Samoa, tú ya lo eras —le dije, sin pensar.

                Me colgó sin decir nada más.

                Después de eso hice una búsqueda en la base de datos. Había 587 chicas citadas para abortar el próximo mes. 587 tenían previsto pasar por lo mismo, por unos motivos o por otros.

                — Si al menos pudiera salvar a uno —me dije.

                En ese momento llegó mi jefe y me pidió que fuera a su despacho. Temí que me hubiera escuchado.

                Por suerte sólo quería que solucionara un error.

 

 

                En el tiempo que estuve ocupado no pude dejar de pensar en que me hallaba ante 587 sentencias de muerte y que a nadie le importaban salvo al ángel de la vida.

                Mis jefes eran unos carniceros que organizaba a sus víctimas por edad de sus madres y meses de gestación. Había una opción en el programa donde se indicaba que no debían avisar a nadie. Otra permitía declarar a hacienda o no, según su capricho. Y lo peor de todo, o se lo hacía o me quedaba sin empleo. Estudiando sus cuentas los gastos de un aborto no alcanzaban los cien euros, incluyendo sueldos legales a todos, pero costaban quinientos a las chicas y nunca les quitaban el IVA aunque no lo declarasen. Sólo el 10% de las facturas tenía la marca del IRPF, el resto desaparecía en la partida de gastos generales: Sobresueldos de entre 10.000 y 80.000 euros cada dos meses, según las pacientes atendidas. Con una media de 25 abortos diarios entre todas las salas, las cifras de beneficios me dejaron sin aliento. Me sentí tan sucio por ser cómplice, por vivir de ese dinero..., que estuve a punto de largarme sin dar explicaciones. Pero cobro bien y necesito el dinero... Soy un hipócrita de cuidado.

                Al contar esto en público me expongo a que me despidan, sobre todo si llega a manos de las chicas que han pasado por aquí, que son las destinatarias. Pero si puedo salvar, aunque sea a un niño... Mi conciencia estará más tranquila.

 

 

                Terminé mi trabajo y volví a casa. En el metro me quedé dormido a propósito para intentar volver a ver a Vida. Aun tenía una pregunta que hacerle y necesitaba saber la respuesta. ¿Qué había dicho aquel día cuando la vi tirarse del tejado?

                Desperté con la sensación de haber dormido horas. No había soñado nada. Sentía que ese día fue uno de los más raros de mi vida, creí ver un ángel en sueños y luego había cometido la locura de usar la información clasificada de mi empresa para fines personales. Si me pillaban se me caería el pelo y más con información tan delicada.

 

 

                Una vez en casa volví a mirar por la ventana y me la encontré de nuevo, allí estaba, sobre el borde de la terraza del ático de enfrente. Me levanté deprisa y le grité: ¡Espera!

                Ella me miró y esta vez no me sonrió.

                — ¿Qué me dijiste la otra noche desde el tejado? — Le grité sin pensar que me escuchaba todo el vecindario.

                Sus ojos me penetraron hasta la raíz más profunda de mi alma. Me atrapó y sentí todo el dolor que padecía.

                — Hazles callar — pronunció, entre lágrimas.

                Y volvió a saltar al vació disipándose en la nada. Mi corazón se partió al oír su triste voz.

                Supe que Vida saltaría de ese tejado cada día, buscando el silencio que le torturaba eternamente con las voces sin sonido de esos niños desamparados.

                ¿Hacerles callar?, ¿cómo?

                Acudió a mí por mi cercanía con esas mujeres, por mi puesto de trabajo. ¿Pero qué podía hacer yo?

                Entonces se me ocurrió una idea. Fue cuando me decidí a escribir esta historia y lo que me ha pasado. Pensé que si podían leerla todas ellas, enviándosela a sus direcciones de email, entenderían y por fin escucharían el grito de sus hijos. Así los niños no tendrían que gritar más, yo sería su voz.

                He visto a la Vida en persona y no entiendo cómo puede haber alguien capaz de no amarla.

                Voy a mandar esta experiencia a todas las direcciones de email de las chicas que están en lista de espera y si me despiden... Habrá merecido la pena.

                Lo siento si me meto donde nadie me llama, sólo pretendo dar voz al que aun no la tiene, tu hijo o hija. Si decides no escuchar, eso es tu decisión.

 

 

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Comentarios: 10
  • #1

    lidia (lunes, 15 noviembre 2010 18:16)

    los pelos de punta.. es quedarse corto con este relato.. desde la mitad, mis ojos estaban inundados de lagrimas.. en fin.. sin palabras

  • #2

    lupita (miércoles, 22 diciembre 2010 20:44)

    es un relato que sin duda hace
    reflexionar para antes de tomar
    decisiones negativas, que pensamos que son la mejores sin saber que nos dejan
    marcadas por el resto de nuestras
    vidas.

  • #3

    rocio (miércoles, 09 marzo 2011 01:51)

    fui una historia que deja que pensar tengo 15 años casi 16 pero lo que mas me intereso fue eso de que usted alla visto a un angel yo desde chica veo casas que me atormentan cosas anormales no se si angeles o demonios .

  • #4

    Vanessa (viernes, 27 mayo 2011 02:05)

    este relato hace reflexionar mucho :D me fascino

  • #5

    carla (martes, 05 julio 2011 18:17)

    Waoo... Increible relato. Me fascino. La verdad es que te hace pensar tanto, pero sobre todo te hace apreciar, amar y aferrarte a la vida.

  • #6

    Fukyn (martes, 17 julio 2012 14:48)

    will be restored before long

  • #7

    Ann (martes, 30 octubre 2012 04:33)

    He leído esta historia y que quedado sorprendida lo tenaz es que me hubiera hecho bien quince años atrás ahora no hay nada que hacer

  • #8

    LORENA (domingo, 03 febrero 2013 16:46)

    ESTO ES BELLISIMO

  • #9

    lulu69 (miércoles, 13 febrero 2013 15:18)

    Dices que la has cambiado, yo en esencia la veo igual... quizá sea el final. Está muy bien la historia, aunque es muy polémico el tema.

  • #10

    beno (domingo, 01 diciembre 2013 00:11)

    Es un buen mensaje decirle a las mujeres que no aborten, pues eso es algo muy malo, que trae mucho sufrimiento. Sin embargo me parece inapropiado deci que esto te lo dijo un angel... yo se que así no son los ángeles, por muchas cosas. Me parece vender esto como algo cierto, pues haces que el mundo quede confundido en cuanto a la verdad. Lo que si te puedo decir es que todos los niños pequeños que mueren, son inocentes, y Dios los salva, y no se pierden. Apoyo el mensaje de que las mujeres no deben abortar, salvo en raras situaciones, como cuando es producto del incesto, han sido violadas o sus vidas corren peligro por su salud. Y aún en estas circunstancias deberían pedirle a Dios que las ayude a tomar la decisión correcta.

    Cuando una mujer no puede darle a su hijo lo que necesita. Lo mejor es que le de la oportunidad de nacer y de el niño en adopción y para que una familia buena lo pueda adoptar y que el niño sea felíz.