La sombra del yakuza

 

 

            Abigail Lee había ejercido de prostituta forzada para la organización yakuza, concretamente para el clan Yamaguchi-gumi, el más antiguo, poderoso y arraigado en la cultura japonesa. Era tailandesa y había sido comprada a su madre por cien dólares americanos y trasladada a Japón donde no volvió a saber de los suyos nunca más. Tampoco pensó nunca volver a verlos ya que recordaba la última vez que los vio con gran dolor. Su padre la violaba a diario y un día su madre la llevó a un lugar donde había varios hombres tatuados con dragones. Allí suplicó que se la compraran diciendo que era muy guapa. No recordaba ni un solo gesto de cariño de sus padres y por eso nunca tuvo la menor intención de volver a encontrarse con ellos. A menudo deseaba que se hubieran muerto de forma horrible.

 

            El tiempo que estuvo con los yakuza, la habían instruido como prostituta o geisha, como decían ellos para darle más categoría a su asqueroso trabajo, y durante cinco años había sido el juguete de los occidentales más sádicos y pervertidos. Para marcarla, los yakuza le hicieron un tatuaje del tamaño de un puño en el omóplato derecho.

 

            A los quince años decidió que si no podía librarse de esa vida, debía ascender para librarse al menos de ese trabajo. Le pidió a su chulo o danna (como se decía en japonés) que la enseñara a defenderse, ya que muchos clientes abusaban de ella y luego no pagaban (cosa que era cierta). El danna conocía el arte de la esgrima japonesa, el kendo. Le dijo que no podía enseñarle a una chiquilla porque podía matarse practicándolo. Ella utilizó sus artes seductoras, pues con quince años se había vuelto realmente atractiva y su chulo terminó accediendo a enseñarla. Practicaron con palos y después de dos años de práctica, podían mantener un reñido combate aunque nunca le ganó. Sabía que si lo hacía dejaría de practicar con ella y en ocasiones se contenía para no llegar nunca a deshonrarle con una derrota. Él pensaba que le faltaba valor y arrojo y la regañaba, aleccionándola y diciéndole que así no podría nunca con un yakuza especialista de la katana. Sin embargo ella no quería ganarle, el orgullo de su danna quedaría dañado y podría dejar de entrenar con ella. Prefería que la golpeara como castigo por su falta de agresividad.

 

            Sin embargo con los clientes no le faltaba la furia necesaria. En cuanto se sintió segura con sus habilidades, los clientes que no pagaban recibían un crudo castigo (les cortaba una mano, un pie o lo que se le antojara, incluso el pene) y luego ella les robaba todo y se guardaba el dinero a escondidas de su danna, al menos lo que no correspondía por sus servicios. Luego los dejaba tirados en medio de la calle, desnudos y desangrándose.

 

            Cuando lo hizo repetidas veces y los Yamaguchi-gumi averiguaron que era ella la que castigaba a sus clientes, no les gustó nada. Daba muy mala publicidad de modo que la castigaron severamente. Le hicieron la ablación, sin anestesia y la devolvieron a su cuartucho, desangrándose. Le ordenaron que siguiera trabajando incluso con la herida abierta en su vagina, cosa que sería una terrible tortura para ella. Así aprendería.

 

            Sin embargo, su chulo le había tomado cariño y le permitió reposar unos días, envió a un médico a que le cosiera la herida y hasta que no se le curó del todo no la hizo trabajar más. Los jefes no se enteraron de esto pero le advirtieron a Abigail que si volvía a hacer daño a algún cliente, la próxima vez le cortarían los dedos.

 

            Pasó el tiempo y a los clientes que no pagaban, simplemente les amenazaba con su espada y terminaban haciéndolo. Al menos se libró del problema y estuvo un tiempo tranquila.

 

            En su veinte cumpleaños, su danna, Kasuke, le dijo que ese día no tenía que trabajar. El día de descanso sería su regalo. Ella se lo agradeció dejándolo acostarse con ella. No es que no lo hiciera habitualmente, que lo hacía, pero le regaló lo mejor de sus habilidades como geisha.

            Abigail sabía que le gustaba a Kasuke y quería ganarse su confianza. Si quería escapar de los yakuza, tenía que contar con él. Debían escapar juntos. Al principio quiso enamorarlo para lograr su objetivo, pero en su veinte cumpleaños, cuando estaban juntos en la cama, Abigail supo que también ella le quería. Era el único hombre que había sido amable con ella y siempre podía contar con su ayuda. Por eso cuando hicieron el acto, aquello no fue solo sexo ni para él ni para ella.

 

            Un día los jefes decidieron que era demasiado vieja para trabajar en los suburbios, con Kasuke. Puede que en realidad se enteraran de su idilio, nunca llegaron a saberlo. Los separaron y a ella la trasladaron a un prostíbulo en otra parte de la ciudad. Kasuke se resistió alegando que Abigail seguía siendo muy atractiva y conseguía muy buen negocio. No sirvieron de nada sus protestas.

 

            Cuando se despidieron Abigail vio que Kasuke lloraba por dentro, aunque no lo hacía con lágrimas. Había aprendido a ver el interior de su alma con la simple mirada. Tanto tiempo juntos, peleando con sus palos, teniendo relaciones sexuales, confiando el uno en el otro, hacía que solo con mirarse un par de segundos ambos supieran lo que pensaba el otro.

 

            - Volveré - le susurró ella, al besarle en la despedida. Luego le susurró a su oído -. Y nos escaparemos juntos.

            Él sonrió sin demasiadas esperanzas. Ella tampoco las tenía, las esperanzas en el mundo de la prostitución son tan vanas como el aire. Todas las prostitutas tienen muchas pero saben que nunca las cumplirán.

 

            Sin embargo el amor entre Kasuke y ella se había materializado en un embarazo. Cuando ella lo descubrió lo ocultó, deseaba con toda su alma tener ese niño y no se lo comunicó a la madamme del local donde había sido trasladada. Dado que era una de las más jóvenes y bellas chicas a su cargo, se la consideraba la más cara para ofrecer sus servicios y por tanto su lencería era la más seductora. Por ello no consiguió disimular su embarazo mucho tiempo.

 

            Los jefes yakuza la ordenaron abortar y ella se negó. Le dijeron que así no podía seguir trabajando y que aunque tuviera al niño lo iban a degollar en cuanto naciera, aquello no era una guardería. Ella se negó con firmeza y les dijo que nunca abortaría a su niño. La amenazaron con que si no abortaba la matarían allí mismo. Entonces ella sacó su espada, que siempre escondía bajo su almohada y les mató a los dos. Con las manos temblorosas y llenas de sangre huyó y se dirigió a la casa de Kasuke. Éste, viéndole las manos supo que la muerte le perseguiría implacablemente hasta que los yakuza dieran con ellos. Si la ayudaba a esconderse estaba muerto, y sino también. Ellos sabían que Abigail acudiría a él y no le juzgarían. Simplemente le condenarían a morir, después de torturarle hasta que les contara todo lo que sabía de ella.

 

            Huyeron a Estados Unidos y se refugiaron en hostales baratos. Él se acostumbró a trabajar de cualquier cosa: limpia coches, camarero, aparca coches, limpiaba en restaurantes orientales, etc. Así consiguieron sobrevivir hasta el nacimiento del niño, al que llamaron Yoruichi.

 

            Durante dos años intentaron conseguir los papeles de permiso de residencia pero con el tiempo se fueron desengañando hasta el punto de que ella deseo volver a su antiguo trabajo. De hecho no sabía hacer otra cosa. Kasuke se negó en redondo, le dijo que no le importaba si trabajaba de limpiadora, de camarera y no conseguían dinero para más que un cuartucho en un hostal de mala muerte. No permitiría que vendiera su cuerpo nunca más. Él no necesitaba dinero, solo a ella y al niño.

 

            Conviviendo con estos problemas, su amor fue en aumento y vieron crecer al niño hasta los siete años. Ella consiguió un puesto estable de limpiadora en la casa de una mujer que también tenía origen tailandés, Gisel. Era enfermera en un hospital local, pero no tenía tiempo para cuidar su casa de modo que contrató a Abigail. Debía ir a limpiar, lavar la ropa y ordenar la cocina todos los días. El sueldo era ridículo, pero no podía aspirar a mucho más siendo una inmigrante ilegal.

 

            Durante meses pudo compaginar su trabajo con sus labores de madre. Abigail había recuperado la sensual forma de su cuerpo en apenas dos meses desde su embarazo ya que en casa entrenaba duro con su marido las artes del kendo. La televisión no les interesaba en absoluto de modo que solo dedicaban su tiempo libre a entrenar. El niño también aprendía lo que podía con palitos de plástico. Para todos era su pasatiempo, su gimnasio y su esperanza por si un día alguien de la yakuza los encontraba.

 

            Un día Abigail hizo una demostración ante Gisel de sus habilidades físicas evitando que un jarrón se rompiera. La dueña había tropezado con la alfombra y el jarrón que estaba sobre una columna de mármol se vino abajo. Abigail estaba en la otra punta del salón y le dio tiempo a detener el jarrón oriental justo antes de tocar el suelo. La dueña la vio y alabó sus reflejos. Sin embargo, sabiendo que esas habilidades no eran corrientes, comenzó a hacer preguntas en secreto y buscó información sobre ella.

            Aunque Gisel no consiguió averiguar nada, el hecho de que fuera a preguntar a la embajada japonesa por Abigail Lee no pasó desapercibido para un espía de los yakuza que trabajaba allí.

            Después de aquel día, Gisel le preguntó si quería ganar más dinero y le pidió que le diera clases de ese arte que practicaba ella. Ésta aceptó, le dijo que desde pequeña había practicado kendo y que era una espléndida manera de mantener el cuerpo sano y la mente despejada. A Gisel le daban miedo las espadas y estuvo a punto de cambiar de idea pero Abigail le dijo que no se practicaba con espadas reales. Entonces Gisel aceptó.

            Con ese dinero extra, pudieron llevar a un colegio a su hijo. Encontraron uno donde el director de la escuela no les pedía papeles, ya que no los tenían, y así consiguieron que su hijo comenzara a hablar inglés mejor que ellos y se integrara en la sociedad.

 

            Un día recibieron una carta.

 

            - El gobierno de los Estados Unidos les ha concedido mediante sorteo la carta verde - leyó Kasuke, con marcado acento japonés -. Aby, ¡somos americanos!

            Aunque era una gran noticia, y se abrazaron de alegría, Abigail sintió un súbito temor.

            - Esto no es bueno. Ahora tendremos papeles y nos encontrarán.

            - Podemos poner nombres falsos.

            - Ya dimos nuestros auténticos nombres - dijo ella-. No debimos presentarnos a esos sorteos, nos encontrarán.

            - Cariño, hace años que nos escapamos, ya no nos están buscando. Si lo hicieran ya nos habrían encontrado.

            - Espero que tengas razón - replicó ella, sin perder la preocupación.

            Llevaron a Yoruichi, su hijo, al colegio y luego fueron a recoger los papeles a la embajada. Con el nuevo pasaporte americano, Kasuke buscaría trabajo con contrato de guarda espaldas, de vigilante y cosas que podía hacer. Abigail fue a casa de Gisel a comunicarle la noticia y ésta se alegró mucho porque se habían hecho grandes amigas desde que trabajaba con ella. Decidió seguir trabajando para ella hasta que consiguiera un trabajo con contrato.

            La mañana siguiente a recibir los papeles Abigail vio un coche negro aparcado en frente del hostal. Le llamó la atención porque era un coche alquilado muy caro y nadie llevaba ese tipo de coches a ese hostal.

            - ¡Kasuke! - cerró la puerta asustada -. Nos encontraron. Debemos huir de aquí.

            - ¿Qué? - él se asomó a la ventana y vio el sedane oscuro.

            - ¿Qué hacemos? - preguntó ella, aterrada.

            - No estamos seguros de que sean ellos, no podemos irnos sin estarlo.

            - Son ellos, no se te ocurra salir - le ordenó ella, muy enojada -. ¿Qué hacemos?

            - Si son ellos, como tú dices, la única salida que nos queda es el aeropuerto. Tenemos que coger el primer vuelo internacional que encontremos. Y luego necesitamos huir a otro país en coche para que nos pierdan el rastro.

            - ¿Tenemos dinero? - preguntó ella.

            - Creo que sí… pero tenemos que vaciar la cuenta, no podemos… pero, ¿qué estoy diciendo? Es solo un sedane oscuro, no podemos irnos por cada coche caro que veamos en la puerta.

            - ¿Quieres estar seguro? - retó ella.

            Se puso unas gafas de sol y se cubrió con una chaqueta, cogiendo su katana de acero y escondiéndola bajo su brazo.

            - Espera, estás…. - Kasuke no pudo terminar su frase, Abigail había salido.

            Sus andares eran nerviosos. Se dirigió al coche con decisión y cuando estuvo lo bastante cerca se abrieron las puertas y salieron dos japoneses tatuados hasta el cuello. Hasta un niño habría identificado al dragón dibujado en sus cuerpos. Eran yakuzas.

            - Abigail Lee - dijo uno de ellos muy serio.

            Kasuke no pudo esperar más. Saltó por la ventana trasera y corrió, rodeando el hostal hasta la parte de atrás del coche. No pudo oír más de lo que decían pero cuando llegó a la parte de atrás del coche escuchó que le estaban diciendo que debía acompañarlos ya que sabían donde trabajaba ella y él. La estaban amenazando con que si no iba con ellos ahora, y por un casual lograba escapar, matarían a todos sus conocidos.

            Al oír eso, Kasuke salió de su escondite y le cortó el cuello a uno de ellos con su katana, cogiéndole por sorpresa. El otro metió la mano en su bolsillo de la chaqueta pero Abigail atravesó su mano y su corazón con su acero. Por suerte pudieron meter los cuerpos en el coche sin que nadie les viera. Era muy temprano y no se había despertado nadie más en el hostal. Además todo había sido muy silencioso. Lo único que delataba que había habido una lucha era la sangre del suelo y el reguero que llegaba al sedane oscuro.

            - No han venido solos - dijo Abigail -. Matarán a nuestros conocidos, Gisel y tu jefe del auto lavado.

            - No podemos hacer nada por ellos - dijo Kasuke.

            - Sí podemos, hay que avisarles. Tienen que huir.

            - No nos harán caso.

            - Esos hombres dijeron que ya habían enviado a gente a buscarnos allí. Les salvaré y me creerán.

            - No vas a ir tú - dijo Kasuke -. Eso es cosa mía.

            - Iré yo - insistió ella -. Tú no te separes de Yoruichi, tienes que sacar el billete de avión, ir al banco… yo no puedo hacer nada de eso, la cuenta está a tu nombre.

            Kasuke negó con la cabeza preocupado.

            - Ve a avisarles - aceptó él de mala gana-, y reúnete con nosotros en la terminal de vuelos internacionales. Usa taxis, no quiero que identifiquen nuestro coche.

            Sacó su cartera y le entregó bastante dinero.

            - Ten mucho cuidado, Kasuke, llegaré lo más pronto que pueda.

            - Más te vale, porque sin ti no voy a ninguna parte - dijo él, preocupado-. Por favor, ten cuidado y ven cuanto antes.

            - Sabes que entrenábamos a diario para esto. Estoy preparada.

            - Confío en ello. No me lo perdonaría si te pasa algo.

            Abigail cogió el primer taxi que pasó por delante y le dio la dirección de Gisel. Le rogó que se diera prisa si quería cobrar el doble y el taxista aceleró a fondo. Cuando llegaron a su casa Abigail pagó al taxista y le pidió que la esperase, que después tenía que ir urgentemente a otro sitio y que tardaría poco. El chico aceptó y dejó el motor encendido. Ella se alejó mientras el chico contaba su dinero.

            Usó la llave que tenía para abrir la puerta, haciendo el menor ruido posible, y entró en la casa con la mano aferrada a la empuñadura de su katana. Caminó en completo silencio por la alfombra de la casa y vio una luz encendida en el baño. No veía a nadie de modo que fue hacia allí y al abrir la puerta vio que Gisel estaba amordazada y atada en la bañera. Sin perder un instante usó su katana para cortar las cuerdas de las manos y le quitó la mordaza.

            - ¡Vete! - gritó Gisel -. Es una trampa, huye de aquí.

            Abigail supo que estaba en un aprieto, salió del baño y por el rabillo del ojo vio la sombra de un hombre. Cayó desde techo justo a su derecha, iba completamente vestido de negro y llevaba una capucha. Abigail quiso atacarlo con su katana pero éste también tenía espada y, de un rápido mandoble el ninja le cortó el brazo derecho de un solo tajo a la altura del hombro. El brazo de Abigail y la espada cayeron sobre la alfombra y salió un chorro de sangre de su hombro a ritmo cardíaco. Sin tiempo a reaccionar, Abigail quiso alejarse de él pero éste era un asesino implacable y de nuevo volteó su espada cortándola el otro brazo haciendo silbar su hoja en el aire, tronchando el hueso como un tronco de madera. Abigail lloró de impotencia, al estar acostumbrada al dolor, no gritó y el asesino remató su trabajo clavando la katana en su cabeza, hundiendo el filo unos diez centímetros en su cráneo. Ella se arrodilló, sintiendo que la vida se le escapaba como agua entre los dedos. No podía morir…

            Tenía que vivir. Sintió un tirón en la cabeza. El yakuza disfrutaba de su victoria fácil y se paseó frente a ella a pesar de tener su katana atascada en su cráneo. Apretó la empuñadura de la espada con fuerza y trató de sacársela de la cabeza. Abigail cerró los ojos esperando el tirón, pero no llegó. Gisel había salido del cuarto de baño y con su katana había atravesado cabeza del yakuza ninja, dejándolo tieso justo antes de que él pudiera arrancar la espada de su cabeza. Gisel lloraba y la miraba con desesperación. Agarró la katana que tenía en su cabeza y quiso arrancársela.

            - No lo hagas - pidió Abigail, agónicamente, con las pocas fuerzas que tenía.

            - ¿Estas viva? - dijo Gisel, asombrada y horrorizada.

            - Necesito vivir… - dijo Abigail.

            Gisel se puso frente a ella y vio sus ojos llorosos. Abigail estaba aterrada pero estaba luchando con fueras inhumanas para no morir. Parecía una fuente, manando sangre a ambos lados de su cuerpo.

            - Coge mis brazos, llévame a un hospital… - pidió Abigail.

            Gisel, que era enfermera, la ayudó a echarse en el suelo y delicadamente dejó que la espada reposara en el suelo mientras ella volvía.

            Corrió al baño y le envolvió el cuerpo en toallas para detener la hemorragia lo máximo posible. Puede que al apretar mucho su pecho no pudiera respirar pero aguantaría más tiempo que desangrándose. Luego corrió a la cocina y sacó todos los hielos que tenía. Los echó sobre dos toallas y cogió los brazos de Abigail, envolviéndolos en sendas toallas. Cuando salió de su casa, y vio al taxista esperando, dio gracias a Dios y le pidió que por favor la ayudara.

            Él sintió nauseas al ver tanta sangre. Al reconocer a su clienta casi se desmayó.

            - Ayúdame, cada segundo es oro - le dijo Gisel -. Tenemos que llevarla a un hospital.

            - ¿Está viva? ¡Tiene una espada clavada en la cabeza! - exclamó horrorizado.

            - Está viva y va a salir de ésta - exclamó Gisel -. Ayúdame, rápido.

            - No puedo creer que todavía respire - comentó el taxista-. ¿Qué sentido tiene alargar su agonía? Es imposible que sobreviva a esto y cómo sobreviviría… tendría una vida horrible.

            - Deje de hablar y dese prisa - dijo Gisel.

            - Podemos dejar que se desangre, quitando las toallas del pecho - insistió el taxista-. Acortaríamos su dolor.

            - Por favor - dijo Abigail, entre lágrimas -. Debo vivir…

            Gisel miró al taxista con evidente mal humor y éste, comprendiendo la situación, se apresuró. La llevó corriendo hasta el taxi y la metió con los pies por delante en el asiento de atrás del coche pero la katana que tenía en la cabeza era demasiado larga y no entraba. Tuvieron que abrir la ventanilla y por ahí sacaron la espada. Los brazos los pusieron en el maletero. Gisel se sujetó la katana durante todo el camino para que las vibraciones de la carretera no la mataran. Sabía que cualquier bache podía mover la espada y sería fatal para Abigail. No dejó de prestar atención a su pulso, que seguía latiendo débilmente en su cuello. Lo más terrible de todo era que Abigail estaba totalmente despierta, soportando su dolor en completo silencio.

           

 

'

 

            Los médicos cortaron con un soldador de gas la katana y así pudieron ocuparse más a fondo de los brazos, que era lo que más amenazaba la vida de Abigail. Se los cosieron y después de cuatro horas de operaciones, sus brazos recibieron sangre nueva. Le dijeron a Gisel que gracias al corte tan limpio y a que los brazos estaban muy bien conservados, seguramente los salvaría… pero no creyeron posible que pudiera utilizar las manos nunca más. En todo caso movería los brazos con cierta dificultad.

            - Lo importante es que sobreviva - dijo Gisel, dolida por todo lo que estaba pasando su amiga.

 

'

 

            En otra punta de la ciudad, una pareja se estaba bañando en una bañera de su casa. La chica estaba con la cabeza en la parte más alejada de la puerta y el hombre en el lado opuesto. Estaban disfrutando del baño después de pasar una placentera tarde de sexo.

            Entonces se abrió la puerta del baño y la chica se asustó soltando un grito. El hombre se quedó paralizado aunque no veía al que había abierto. Entonces se escuchó un disparo sibilante, como de una pistola con silenciador, y su novia saltó en la bañera por el impacto. Su grito se ahogó en el agua mientras otro disparo la terminó de silenciar.

            El hombre se acurrucó en el agua tratando de no hacer el menor ruido, aterrado. Quienquiera que fuera el asesino, no debía saber que él estaba allí. Por eso no se movió a pesar de que su novia se estaba desangrando delante de él con ojos suplicantes, mientras no podía ni respirar porque el agua cubría su cabeza.

            Cuando por fin escuchó la puerta de la casa como señal de que el asesino se había marchado, Tom ayudó a su novia a salir a la superficie, pero ya estaba muerta. No sabía si por ahogamiento o por las balas. Se sintió terriblemente culpable por su muerte ya que la mirada de horror se había quedado para siempre dibujada en su rostro.

            Tom era el jefe de Kasuke y nunca supo por qué entraron en su casa y mataron a sangre fría a su novia.

 

'

 

            - La espada está incrustada justo hasta un centímetro por encima del hipotálamo - dijo el médico, mostrando a Gisel la radiografía -. Milagrosamente no ha traspasado la materia gris y los ventrículos laterales están intactos. No hemos visto hemorragias internas aunque si extraemos el filo corremos el riesgo de provocarlas. Podría morir en cuestión de minutos una vez lo saquemos dado que está casi desangrada. Hemos decidido cortar el filo a ras de piel con un láser y dejárselo dentro hasta que se recupere, ya habrá tiempo de sacarlo cuando esté más fuerte. Entretanto le daremos medicación para evitar infecciones. Es lo mejor y lo que más esperanza de vida puede darle.

            - Gracias, doctor - dijo Gisel, sumamente preocupada.

            Volvió a la habitación para estar con ella. La habían sedado para operarla. Cuando llegó a su cuarto, Gisel le cogió la mano derecha. Estaba helada, pero al menos no tanto como cuando la recogió y la puso sobre la toalla llena de hielos. No creía que Abigail pudiera sentirla pero no sabía de qué otra manera podía confortarla. Lloró y se desahogó pues en todo ese tiempo no había podido asimilar todo lo que había pasado. Admiró a Abigail por su increíble lucha para vivir y sintió curiosidad por cual era la razón por la que necesitaba vivir.

            - Ojalá supiera donde vives o a quien llamar - dijo Gisel.

            Abigail frunció el ceño y trató de abrir los ojos. Estaba despierta.

            - No… no … - trató de decir.

            - Descansa, ya me dirás lo que quieras cuando estés mejor.

            - No llames a nadie - logró balbucear ella -. O me encontrarán…

            - ¿Pero no tienes un marido y un hijo? - pregunto Gisel -. ¿Dónde están?

            - Aeropuerto… internacional… me esperan… mi hijo es igual que yo…

            Gisel se entusiasmó por poder hacer algo por ella. Se levantó y se iba a marchar cuando la mano de Abigail le apretó la suya. Esto la sorprendió tanto que se quedó junto a ella.

            - ¿Puedes mover la mano? - le preguntó.

            - Espera… - gimió Abigail -. Déjales… machar. No quiero que… me vean así. Diles que estoy muerta.

            - No seas tonta, mujer -la regañó Gisel -. Pienso traértelos ahora mismo. Si te hago caso ya no tendrás razones para luchar y tienes que vivir, ¿recuerdas? Aguanta y no se te ocurra rendirte.

            - Gracias - replicó Abigail, intentando sonreír.

            Abigail lloró y sus lágrimas se resbalaron por sus sienes. Soltó un hondo suspiro y volvió a dormirse.

            Gisel le contó al doctor que había movido la mano y éste le dijo incrédulo que era imposible hasta al menos un par de días. Gisel no discutió con él, simplemente le dijo que no le quitara un ojo de encima ya que ella tenía que ir a buscar a su familia.

'

 

            Abigail se durmió y perdió el sentido del tiempo por completo. Cuando volvió a abrir los ojos vio a su hijo, jugando con su PSP y a Kasuke cogiéndole la mano, preocupado. La emocionó tanto verlos sanos y salvos que lloró de alegría.

            - Aby, soy yo - dijo Kasuke -, te dije que no me marcharía sin ti.

            El niño dejó su juego y corrió a la cama.

            - Mamá, ¿cómo estás?

            - Estoy bien, mi vida.        

            - Debí acompañarte, fue una locura dejarte sola en un momento así - se auto regañó Kasuke, golpeándose el pecho.

            - Tonto… debiste huir - susurró ella.

            - ¿Pero qué dices? No te dejaría nunca - dijo Kasuke.

            - No voy a vivir mucho tiempo - respondió ella, desmoralizada -. Tengo…

            - Tienes años de vida por delante - replicó él, sonriente -. El médico me ha dicho que no pueden extraerte ese trozo de metal todavía pero tu cuerpo no lo ha rechazado y parece que no ha dañado ninguna zona vital de tu cabeza. Si no te lo extraen puedes vivir por años, puede que más que yo.

            Abigail negó con la cabeza.

            - Estúpido mentiroso…- sus ojos volvieron a humedecerse-. Te quiero.

            Sentía un cosquilleo en las manos y debía ser el contacto de su marido al aferrarla con fuerza. No sabía si recuperaría algún día toda la sensibilidad pero era un comienzo. No sería el primer milagro que le ocurría desde su encuentro con el yakuza ninja.

 

            Después de cinco semanas de recuperación los médicos se asombraron de que estuviera perfectamente y pudiera mover los brazos, aunque con cierta torpeza. Su médico personal le dijo que no tendría problemas en el futuro si no se rascaba en esa parte de la cabeza, aunque le habían puesto una placa de plástico para protegerla. Gisel la bromeaba diciendo que si no quería morir, debía evitar meter su cabeza en un microondas.

 

            Cuando le dieron el alta, cogieron el primer vuelo internacional que encontraron a precio de saldo.

 

            El destino les llevó a París. Se desplazaron en coche hasta Inglaterra donde los tres podían entenderse con la gente de allí y visitaron una clínica especialista donde la operaron durante una hora y media para extraer el metal de su cráneo. El cirujano tuvo éxito y tras la curación le hizo una serie de chequeos médicos antes de darle el alta definitiva. Al parecer había perdido bastantes recuerdos de su pasado pero sus funciones vitales estaban en perfecto estado.

            En cuanto a la movilidad de los brazos, Abigail consiguió aferrar sus espadas de palo un año después y en dos años ya estaba tan ágil y fuerte como Kasuke. Ningún médico pudo explicarse cómo consiguió recuperar la sensibilidad y la movilidad total. Ella les respondía que había sido un milagro y que se sentía capaz de todo con el amor de su marido y su hijo.

            Kasuke le preguntó a Abigail si realmente no recordaba nada de su pasado y ella le respondió que no recordaba nada salvo lo que merecía la pena recordar.

 

Fin

 

 

 


La vida no se ha hecho para comprenderla, sino para vivirla.
Jorge Santayana (1863-1952) Filósofo y escritor español.

Aquel que tiene un porqué para vivir se puede enfrentar a todos los "cómos".
Friedrich Nietzsche (1844-1900) Filosofo alemán.

La vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir.
Gabriel García Márquez (1927-?) Escritor colombiano.

Hay dos maneras de vivir su vida: una como si nada es un milagro, la otra es como si todo es un milagro.
Albert Einstein (1879-1955) Científico alemán nacionalizado estadounidense.

¿Me preguntas por qué compro arroz y flores? Compro arroz para vivir y flores para tener algo por lo que vivir.
Confucio (551 AC-478 AC) Filósofo chino.

La vitalidad se revela no solamente en la capacidad de persistir sino en la de volver a empezar.
Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) Escritor estadounidense.


Escribir comentario

Comentarios: 8
  • #1

    Akapierre (lunes, 06 diciembre 2010 23:38)

    ¿Es una historia verídica, o simplemente la has inventado?

  • #2

    tonyjfc (martes, 07 diciembre 2010 09:39)

    La historia se basa en una pesadilla. Si es real o no depende de si crees que los sueños son reales o no.

  • #3

    mike (sábado, 21 mayo 2011 00:35)

    mi segundo comentario
    es mui buena la historia lo ke no entiendo es porke tiene ese titulo
    por cierto me recordo la peli del ultimo samurai bueno solo por las espadas y la de killbill tambien por la hatori hanzo
    saludos tony

  • #4

    carla (miércoles, 06 julio 2011 01:28)

    Me gusto, pues parece algo asi como el guion de una pelicula, un poco fisticia pero buena! Y a veces es bueno creer que los sueños, pueden ser realidad, le da un poco de interes a tu vida.

  • #5

    lulu69 (viernes, 26 agosto 2011 15:21)

    Muy buena, ya la había leído en escalofrio pero me ha vuelto a atrapar. Genial Tony

  • #6

    morrison (miércoles, 28 agosto 2013 01:44)

    Me gusto mucho la historia

  • #7

    Kelly Yanqui (lunes, 30 mayo 2016 08:26)

    Muy buena!!!!

  • #8

    Jaime (sábado, 19 septiembre 2020 00:14)

    No recuerdo haber leído esta historia antes, pero me alegro haberlo hecho ahora. Ahora seguiré con la historia de «Los impostores».