Diario de Olivia

2ª parte

- Voces de la esperanza... - pensó Olivia -. Pero, dijo que lo firmaría y no veo ninguna firma.

            - John - dijo Verónica, asombrada, para si misma -. Es Olivia Newton John... John es Juan...

            - ¿John? - replicó Olivia, pronunciando el nombre con la voz.         

            Verónica se asustó. ¿Acaso la había escuchado igual que a la otra voz? No podía ser, Olivia debía haber llegado a la misma conclusión por si sola.

            ¿Qué clase de señal era esa? ¿Cómo podía Juan controlar lo que iba a hacer una cantante americana hasta el punto de darle el título en cuestión? ¿Cómo podía ser eso algo deliberado?

            - Si estás ahí, Juan, manifiéstate - ordenó Verónica, harta de no saber lo que estaba ocurriendo.

            No sucedió nada, como siempre que trataba de ver el pasado. No había modo de que ella pudiera comunicarse con nadie en otro tiempo, ni siquiera con fantasmas. Decepcionada, dejó fluir el tiempo un poco más pero no fue mucho ya que apenas unas horas después de leer eso en el periódico, Olivia volvía a mantener una conversación con su ángel.

 

            - Fuiste tú, verdad - dijo ella, ilusionada, cuando sabía que nadie podía oírla.

            - ¿Te gustó? - replicó él, en su mente.

            - ¿Me has mandado más señales que no haya visto?

 

            De pronto algo interrumpió la conversación. Era algo ajeno a todo eso, Verónica escuchó ruidos. Alguien abría la puerta de su habitación en el psiquiátrico y se aproximó a ella. Verónica perdió la concentración con Olivia y poco a poco su mente tuvo que regresar a su cuerpo. Se desperezó y abrió los ojos para ver quién la había interrumpido.

            Era su médico, que había entrado sin llamar a la puerta. En realidad nunca lo hacían pero esta vez le fastidió mucho que ese hombre se tomara esas libertades a esas horas de la noche.

            - Siento haberte despertado - dijo el doctor -. Sé que es tarde, pero he conseguido que me aprueben unas pruebas para determinar tu actividad cerebral, mientras duermes. Podrían facilitarme mucho el trabajo con otros pacientes si veo las anomalías que pasan por tu cerebro.

            - ¿Anomalías? - se quejó Verónica -. No hay anomalías, no estoy loca.

            Aquello era lo que más odiaba de ese sitio. Podía ignorar al mundo mientras el mundo la ignorara a ella, pero no soportaba que ese estúpido médico tuviera esperanzas de recuperarla o usarla para construir sus propias teorías sobre la locura.

            - No te preocupes, no te va a doler. Solo vamos a colocarte unos sensores y luego dormirás. No te preocupes, tranquilízate.

            Al repetir tantas veces que no debía preocuparse, Verónica se preocupó en serio. ¿Qué pretendía hacerle?

            - No va a sacar nada de mi cabeza, déjeme en paz.

            - En realidad no te lo estoy pidiendo - se enojó el doctor -. Estás en el hospital a mi cargo y mientras sea así, harás lo que te diga... por las buenas.

            Ella notó que el doctor había corregido su frase al final para no parecer tan déspota aunque así lo único que demostró fue que se estaba esforzando para ser amable por algún motivo. No se podía fiar. Había dejado claro que si no se dejaba tratar por las buenas, lo haría por las malas.

            - ¿Me afeitarán la cabeza? - preguntó, asustada.

            - Solo un poco. Pero no te preocupes, tus novios seguirán queriéndote igual - se burló, ya que sabía de sobra que no cruzaba palabra con nadie, si no era estrictamente necesario.

            La perspectiva de que le dejaran calvas en la cabeza por culpa de un maldito estudio caprichoso no le gustó nada. Eso le daría más aspecto de loca aunque no le importaba demasiado ya que no pensaba salir de ese sitio... Al menos todavía. Por un momento Verónica deseó poder transportar su cuerpo además de su espíritu a otro lugar del mundo, cualquiera menos ese. Sintió ira y quería desatarla contra ese idiota, pero su sentido común le instaba a que si mostraba el menor signo de agresividad sería mucho peor.

            - ¿Me dejará dormir sin más? - le dijo, sumisa.

            - Claro, solo es para monitorizar tus pulsos cerebrales mientras duermes.

            - Está bien - aceptó.

            Mentía, no lo aceptaba. No pensaba darle las claves de su poder a ese estúpido. Se dejaría poner esos chismes y luego, simplemente se echaría una cabezadita sin moverse de su cuerpo.

            El médico hizo un gesto con la cabeza y entró un enfermero en su habitación arrastrando una mesita con ruedas que tenía encima un monitor con muchos cables. El monitor tenía una inscripción "Harvard Medical School". No parecía nada peligroso.

            A continuación entró otro enfermero portando otra mesa que llevaba lo que parecía un cañón de rayos láser. Verónica se quedó blanca.

            - ¿Qué demonios piensan hacerme con eso?

            - Oh, te lo explicaré encantado - dijo el doctor -. Mira, con estos electrodos vamos a monitorizar las imágenes que se forman en tu cabeza mientras duermes. Marcaremos una de esas chispitas de tu cerebro con ese láser especial, que no hace daño a tu cerebro, solo marca una determinada parte. Necesitaremos que nos cuentes lo que has soñado después de la prueba y seguiremos monitorizando tu cabeza de tal modo que encontraremos lo que significa cada uno de los estímulos marcados.

            - Vaya, suena interesante. ¿Y por qué no me preguntan? Solo necesitan eso para saber lo que pienso, no necesitan eso. Prueben con ratas o chimpancés, que ellos sí que no pueden decir lo que piensan.

            - No podemos, es imperativo que probemos con pacientes con alteraciones de la percepción de la realidad. Necesitamos saber qué pasa ahí dentro.

            Verónica no podía creer lo que estaba oyendo. Eso no sonaba a un experimento de una noche, pretendían convertirla en conejilla de indias indefinidamente hasta que creyeran comprender lo que le pasaba. Iban a hurgar en su cerebro, la iban a disparar láser en sus neuronas y, ¿pretendían que creyera que eso no le haría ningún daño?

            - Espere, espere, ¿no puede buscarse otro paciente? Yo no tengo problemas con la percepción de la realidad. Use a alguno que no sepa ni dónde está.

            - Ellos no pueden contarme sus sueños - aclaró el doctor, que había empezado a preparar una jeringuilla con un par de tarritos de cristal.

            - ¿Para qué va a pincharme?

            Mientras se acercaba y le colocaba la aguja en el brazo, el médico contestó:

            - Necesitamos que te duermas. Estás demasiado alterada...

            Verónica ni siquiera notó el pinchazo de la aguja. Su entorno se desdibujó y perdió el sentido.

 

            Todo lo que le habían dicho era mentira. No pensaban afeitarla ciertas zonas de la cabeza, la raparon por completo. Mientras el enfermero recorría su cabeza con la máquina de afeitar el doctor anotó la conversación que habían tenido en su registro de investigación.

            Colocaron decenas de sensores sobre su cabeza y los pegaron con un gel similar al que se usaba en las mujeres embarazadas para hacer ecografías. Podían estar seguros de que ella no despertaría en bastantes horas, le había inyectado un somnífero bastante potente. No le habían hecho pruebas de alergia, era obligado con pacientes habituales. Si morían a causa de un rechazo de la droga se les podía caer el pelo si los familiares denunciaban. Sin embargo Verónica no tenía familia, no le importaba a nadie.

            Cuando tenían todos los sensores colocados encendieron el monitor y éste mostró su cerebro como una silueta oscura. Observaron detenidamente y vieron que se producían focos de luz en diversos puntos.

            - Funciona - dijo, sonriente -. Vamos, coloquemos el láser...

            Situaron el cañón en su frente y lo encendieron. El aparato sonó como si tuviera dentro un reactor nuclear y a continuación el zumbido desapareció.

            - Cargado - dijo el enfermero.

            - Maldita sea - dijo el otro -. Yo no dejaría que una cosa así me apuntara a la cabeza.

            - No te preocupes, el láser que emite es infinitesimal, apenas se ve.

            - ¿Está seguro de que no daña las neuronas?

            - ¿Cómo podríamos saberlo? Solo se ha probado en ratas y simios y los datos que nos han mandado no mencionan los daños, si es que se producen.

            - Si es que les importa - dijo el primer enfermero.

            - Bueno, ya es suficiente, tenemos mucho trabajo por delante.

            Enchufaron el láser al monitor y pulsaron un botón rojo en el monitor. Este servía para que se fueran mostrando los cambios y se superpusieran uno sobre otro. Con una rueda podían hacer girar la cabeza en la imagen y veían exactamente de dónde salían los destellos. En apenas cinco minutos tenían la cabeza de Verónica con lucecitas rojas verdes y azules en diversas partes de la cabeza. Con el lápiz señalaron uno de los puntos y éste se iluminó con intensidad.

 

            - Vamos a marcar este - dijo el médico.

            Pulsó el mando que salía del láser lo que causó que el láser se moviera solo para apuntar al punto exacto. Después se escuchó cómo cargaba de nuevo con un fuerte zumbido.

            - ¿Ha funcionado? - preguntó el enfermero.

            - No lo sé, espera.

            El médico pulsó el botón verde del monitor y éste se reseteó dejando la cabeza de Verónica completamente vacía excepto por ese punto violeta que palpitaba sin cesar en el punto al que habían señalado. Aquello era bueno, habían marcado las neuronas afectadas por alguna imagen,... era bueno si no fuera porque ya no había más destellos en su cabeza. Dio dos golpecitos en el monitor, por si se había bloqueado pero fue inútil. Pulsó el botón rojo con el que el monitor debería empezar a mostrar todos los destellos que hubiera por pequeños que fueran.

            - No hay actividad - dijo un enfermero, preocupado.

            - No puede ser, este láser es inofensivo.

            - No lo sabe - dijo el otro.

            Le tomaron el pulso a Verónica y éste era regular. Al médico le empezaron a sudar las manos.

            - Vámonos, debimos probar esto con animales. Dejarla así.

            Las manos le temblaban, el monitor seguía sin dar destellos. ¿La habrían matado? Tenía que admitir que no le importaba mucho si le hacían daño o no, pero no estaba preparado para una cosa así. Puede que hubieran regulado mal el láser y éste cortara conexiones nerviosas. Podía haberle frito el cerebro y eso era asesinato.

            - Por suerte nadie se ha enterado - dijo un enfermero.

            - Vamos, daros prisa, tenemos que sacar todos estos aparatos de aquí...

            - Van a saber que le hemos hecho algo - replicó un enfermero -. Le hemos rapado la cabeza.

            - Deja la máquina aquí. Diremos que antes de dormir pidió que se la diéramos y que... no pensamos que fuera peligroso.

            El médico arrancó la página de su informe y la rompió en muchos pedazos. Luego fue al baño de la habitación y lo tiró al retrete, tirando después de la cadena.

            Al cruzar delante del espejo se quedó paralizado. Vio su reflejo pero detrás de él... la vio a ella. Tenía un trozo de cristal cogido con la mano y justo cuando la miró le clavó el cristal en el cuello.

            El médico cayó redondo al suelo como si contuviera la sangre que salía de su cuello. Si alguien hubiera visto lo que había pasado, mirando al espejo, le habría visto desangrarse. Sin embargo en el mundo "real" había muerto de un infarto.

            Al ver que el médico no salía del baño en varios minutos, los enfermeros llamaron a la puerta. Como no respondía, abrieron la puerta y le vieron tirado en el suelo.

            - ¡Doctor! - exclamó uno de ellos.

           

 

           

            Estaba loca, no tenía otra explicación. Olivia había perdido a su padre, se sentía sola y necesitaba un amigo. Así fue cómo surgió ese tal John en su cabeza. Aunque recordaba claramente que había reconocido por su cara a Juan. Según lo que había visto en el pasado, ni siquiera podía oírlo, eran simples voces en su cabeza que por alguna razón le avisaban de cosas curiosas que de algún modo tenían sentido. A eso se le llamaba locura.

            Verónica suspiró. Estaba nerviosa por lo que acababa de pasar en el hospital. ¿A cuantos enfermos habrían torturado, experimentado,...? Estaba indignada, ¿cómo se atrevían a experimentar con ella? No sabía con quién se metía y ahora, cualquiera que fuera a tratarla en adelante, se lo pensaría dos veces antes de hacerle ningún daño. Había dejado dos enfermeros que habían visto las consecuencias de jugar con la vida de sus pacientes. Ahora temerían hacer algo incorrecto.

            No podía despertar ya que la sedación que le habían puesto había sido muy fuerte. Probablemente era bueno ya que sería libre de las ataduras carnales durante más tiempo. Podía ir a donde y cuándo quisiera, sin interrupciones.

            - Quizás si me hubieran matado de verdad ahora sería libre para siempre - se dijo con cierta tristeza.

            Pero sabía que no era cierto, si moría caería directa al infierno. No era buena persona, ese médico, del que no sabía ni su nombre era solo un número a sumar a un total de víctimas. Ya había perdido la cuenta. No sintió pena, piedad, ni siquiera un poco de misericordia cuando vio el terror en sus ojos. Había sido casi rutinario y hasta había disfrutado haciéndole pagar. No, ella no tenía corazón, hacía cosas horribles y sin duda lo pagaría en el infierno cuando muriera.